lunes, 2 de noviembre de 2009

Paris-Doudan




En Dourdan la gente revienta como ratas. Al menos, es lo que asegura Didier, uno de los secretarios de la oficina en que trabajo. Para soñar un poco, yo me había comprado el horario del RER - línea C. Me imaginaba una casa, un bull-terrier y petunias. Pero el cuadro que él me pintó de la vida en Dourdan era mucho menos idílico: vuelta a casa a las ocho de la noche, no hay ninguna tienda abierta; nadie viene nunca a visitarnos; el fin de semana uno se arrastra estúpidamente entre el congelador y el garaje. Un verdadero alegato anti-Dourdan, que Didier acabó con esta fórmula sin matices: "En Dourdan vas a reventar como una rata".
Sin embargo, le hablé de Dourdan a Sylvie, aunque con medias palabras y en un tono irónico. Esta chica, me decía a mí mismo esa tarde, yendo y viniendo con un cigarrillo en la mano, entre el distribuidor de café y el distribuidor de refrescos, es de las de las que vivirían de buena gana en Dourdan; si hay una chica entre todas las que conozco que podría querer vivir en Dourdan, es precisamente ella; tiene todo el aspecto de una pro-dourdanesa.

Naturalmente no éste sino el amago de un primer movimiento, de un lento tropismo que me lleva hacia Dourdan y que quizás tarde años en concretarse, y que incluso ni siquiera se concrete, que será contrarrestado y aniquilado por el fluir de las cosas, por el aplastamiento constante de las circunstancias. Es posible suponer, sin mayor riesgo de error, que nunca llegaré a Dourdan; tal vez hasta sea derrotado antes de ir más allá de Brétigny. No importa, todo hombre necesita un proyecto, un horizonte y un lugar de anclaje. Simplemente, simplemente para sobrevivir.


Michel
Houellebecq

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