sábado, 20 de mayo de 2023

 

De tin marin, de do pingüé, cúcara, mácara, títere fue. Empezó la ruleta. Una cuestión de suerte y sobrevivencia creo yo, y si me lo permiten, un intento desesperado por volver a la normalidad o a lo que pretendimos alguna vez como tal, pero bien sabemos que eso es imposible. En la hora de la avalancha de funcionarios, profesores y estudiantes a las dependencias de Beauchef, aparecen los de siempre, otros rostros, otras modas y actitudes, mismas historias, pero en otra época. Habrá que cuidarse, y se me antojan miles de previsiones, para el antes, el durante y el después. Si, claro, se oye como un artilugio para otro menester, ud me entiende, pero no. Es para este desastre que nos ha acontecido, esta pandemia que se ha llevado a tantos y tantas y que ni siquiera sabemos sus nombres, solo los cercanos. Todos tenemos a alguien que nos arrebató esta calamidad. Yo a mi cuasi hermano y un montón de recuerdos de cuando era pequeño.

La ciudad pandémica atiborrada de vehículos, mascarillas y alcohol gel en cantidades industriales. La verdad es que nos tiene cansados todo esto, pero en fin, ya están aquí. ¡Bienvenidos sean! Los estábamos esperando para olvidar un poco también con uds.  Los pasillos de la facultad eran una ciudad desierta como la que habitaba mi amigo poeta Paul Ritz por allá en un pueblo germánico. Paul sabía de bienvenidas. Alguna vez me espero bajo la lluvia torrencial del puerto envuelto en una bata de dormir solo para entregarme sus últimos textos. Años sin ver a este loco querido…

Los pasillos estaban desiertos, el pasto crecido y algo de tierra se juntaba en los rincones, y los fantasmas de siempre se paseaban cerrando puertas de improviso y taconeando por las escaleras. ¡Si!, Es cierto! Yo pertenezco al pequeño grupo que permaneció acá durante todo el tiempo más álgido del virus maldito y puedo asegurar que más de alguna alma en pena rondaba quejándose por aquí. La difunta Marixu , muchachita loca que vivía en el barrio república, creía ciegamente en los fantasmas. Cuando era estudiante prendía un par de cirios para los jueves de ceniza con el afán de apaciguar esas almas en pena. Aunque se olvidara después declamando unos versos de la Pizarnik con una botella de Syrah en la ventana a las tres de la madrugada. Bueno, pero ella estaba loca, y yo, dios mediante, aún no tanto.

Me gustan los estudiantes cantaba la violeta, y a mí también. Me recuerdan al sujeto extraño que fui alguna vez, con la mochila llena de libros, sueños, confetí de la última fiesta y con la cabeza llena de ideas extrañas. En época de estudios hay tanto por hacer y tan poco tiempo. Siempre corriendo… Es como un remolino de instancias decisivas todas ellas, en mi época llena de paros y protestas contra el dictador.  Hoy son otras cosas, similares en cierta forma. Estamos con presidente nuevo y otra constitución está casi cocinada. Son tiempos revueltos, de dudas, de esperanza, aflicciones y trabajo. La normalidad ya casi está aquí y se siente en la calle.  Siempre y cuando la peste desgraciada no diga lo contrario y nos encierren de nuevo. ¡Porca miseria! Se sabe que con un par de botellas se hace más llevadero el encierro, pero dígame ud lo caras que se encuentran ahora, no hay perdón de dios ante tamaña tragedia. Culpa de los romanos que mataron al único que transformaba el agua en vino leí por ahí, a la pasada en un vehículo pintado en su puerta. Por esto que siempre es bueno tener una reserva. Y si se acaba, como la guerra del figurín aquél que se marchó con el rabo entre las piernas, que nos pillen confesados. Que yo no soporto un año más encerrado, y ud?

 

 

                                                                                                                 Santiago, Marzo 2022