_ ¿Dónde están los cigarros?
_ En el refrigerador respondo.
A quién
se le ocurre guardarlos ahí rezonga arrastrando los pies con sus chalas
desabrochadas, luego de cogerlos se tumba en el sofá regalo de su difunto tío y
enciende uno mirando la televisión.
Que a quién se le ocurre… Ella
tiene esa manía de culparme de sus ideas descabelladas. Lleva meses así,
pensando en nada y exigiéndolo todo. ¿A qué se puede culpar? La dieta pienso, la
menopausia, la luna llena, el tiempo infame que no quiere arreglarse y la
televisión de mierda sin ningún programa interesante de ver.
Y los días transcurren largos,
turbios de lluvia y de arrebatos hirientes, sádicos en su creación. Última vez
que te permito esto dice retirando su mano de mi sexo flácido e inapetente.
Estas cosas pasan a menudo pienso, es más común de lo que uno cree. No es un
crimen no tener ganas. El crimen fue haberlas tenido con tanta pasión y locura
que agotamos el amor de un viaje, como tomándonos un corto de tequila sin sal ni
limón.
La lluvia persistente, las
calles vacías, los vidrios empañados y el café en la mesa de la cocina.
Concuerdo contigo que ya no nos
amamos, que la chispa se apagó, que no existe nada ni nadie que reviva la magia
muerta de nuestras vidas.
Odio los domingos dice
encendiendo otro cigarrillo y apagando el televisor. Los brazos desnudos, el
pelo suelto, crespo y largo luce alborotado. Sus dedos largos de uñas sin
pintar semejan mariposas anidando la braza y el humo que escapa raudo al cielo
desde su boca dibuja estrellas en el techo opaco. Nunca supo cuánto la amé ni creo que lo adivine ahora.
Afuera, bajo el techo del
vecino, un gato se lame protegido de la lluvia. Eso también era mi culpa me
dijo una vez, si hubiéramos operado al gato este no se habría ido y no hubiera
muerto bajo las ruedas de la camioneta del dueño de la farmacia, que pensándolo
bien, estuvo disculpándose demasiado tiempo para mi gusto. Especialmente con
ella que era la más afectada desde luego.
Decisiones, ¿quién debe tomarlas? Vamos a
la deriva dando tumbos, con el corazón seco y curado de espanto, sin sorpresa
que nos depierte o ilusión que nos rescate. Y la lluvia allá afuera que también
no para de caer.
1 comentario:
Un gusto enorme volver a leerte, amigo Prach.
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