domingo, 7 de febrero de 2010

Transmutando


Las mujeres estamos solas y tristes dice la Marixu. En tanto se arma un porro de "esos". Habla casi con rabia y no sé porque me siento culpable. Al escucharla pienso en que tiene razón. Hay demasiadas mujeres así. Me acuerdo de alguna y aparecen otra y otra, y otra. ¿Por qué están tristes las mujeres? Lucen extraviadas en medio de su bullada emancipación. ¿Qué sucede con ellas? Culpa del sistema de mierda dice la Marixu. De la puta vida impersonal que llevamos, de lo decadente e individualista que es, de la falta de sensibilidad y de la indiferencia cruel. Pese a su estado algo depresivo de hoy día, yo la entiendo, como también comprendo muchas de sus actitudes algo violentas. Algo está pasando. Un caos vertiginoso que no se apiada de nadie. El año pasado el número de divorcios por primera ve superó al de matrimonios en el país. Algo sucede. Las relaciones permanentes están a la baja y preocupa en verdad. No hay tiempo que perder. Importa solo el instante del acople placentero. El sexo seguro y el adiós antes que amanesca. Nosotros no queremos pertenencia y ellas no quieren perder su libertad. Entonces, desdichadas ellas.
La marixu está enferma confiesa. Yo pensaba que era la resaca de tantas substancias que ingiere, pero me lo dice en serio, demasiado pienso y me doy cuenta que su rebeldía como que está flaqueando. Hay cierta debilidad en su mirada, pero aparte de esto no noto nada. Por cierto ella no me dice de que se trata, ni lo hará. La conozco bien. Así es que me cambia el tema y me habla de proyectos inconclusos que tiene como irse a acampar a la chucha (sic), me cuenta que se le perdió Mateo su gato travesti como le dice y que necesita vacaciones urgente. Entonces es que me habla del trabajo. Me cuenta que es un favor a un amigo, que es en una especie de hacienda y que por favor la acompañe. Dice que se había acordado de mí como yo soy bueno para esas cosas y que además me gustaría el lugar. Sin pensarlo mucho acepto. Después de todo la paga va a ser buena, (y la necesito sin duda), aparte de que me hace falta alejarme un poco. Huir de mis propios fantasmas. Así es que emprendemos viaje, recalamos en valpo y de ahí el tren y luego un taxi nos deja en la entrada del fundo, porque eso es en realidad. Luego caminamos un trayecto largo porque nadie nos fue a esperar. La Marixu permanece muda todo el camino. Camina ensimismada y como que aprieta los dientes, pero no dice nada. Al fin llegamos a la casa patronal y la recibe un hombre de unos setenta años calculo. Yo me quedo atrás, por pudor creo, mientras el hombre, ignorandome completamente, la abraza y entran juntos a la casa. Dada la situación, decido salir a curiosear por allí. Veo las bodegas de vinos y pienso en darles buen uso. Están las pesebreras con varios caballos y la capilla que hay que restaurar. También me topo a la bestia del administrador. Un tipo de un metro noventa y cien kilos de pura idiotez y prepotencia, pero a mi no me dice nada. En realidad me ignora, porque luego supe que el dueño es el padre de la Marixu y aquí es que las cosas se me confunden. La Marixu tan rebelde, tan "negra" ella, proletaria acérrima, en verdad está forrada en plata. Bueno no ella en realidad, su padre, que para el caso es lo mismo o no?.
No he podido hablarle. Ya han pasado varios días y no se ha asomado ni siquiera al patio. En tanto a mi me instalaron en una cabaña. Me llevan el almuerzo todos los días puntualmente a las dos y precisamente los platos que más me gustan. Después de todo la Marixu no se ha olvidado de mí. En cuanto al trabajo, éste ha sido arduo, pero interesante. Hay piezas muy antiguas y las maderas están muy dañadas. Todo el proceso es lento, aunque a veces no lo hago porque me voy a caminar entre árboles y esteros, que es lo que más hay. Todo marchaba así, hasta que un día el administrador, cuyo nombre nunca supe, me dice que la Marixu quiere hablarme. La encuentro sentada en una especie de columpio. Viste una polera celeste y una falda al tono, (raro que use falda), Lleva un sombrero para protegerse del sol y en sus rodillas sostiene un gato que duerme indiferente. Cuando me llama comprendo que el trabajo se quedará sin terminar. Miro sus ojos que han perdido todas las luces que yo conocía y noto que apenas sonríe. Luego llora largamente abrazada a mí y me da un largo y tembloroso beso. Es la despedida pienso. Después se dirige a la casa sin volver la vista. Sé entonces que la Marixu nunca regresara a Santiago, que lo suyo es terminal como su enfermedad y ahora es que entiendo porque las mujeres están solas y tristes: porque los hombres también lo estamos.

No hay comentarios: