viernes, 22 de enero de 2016

El míster del bastón.

El hastío de la tarde y el decreto alcaldicio número tres, letras c y d me arruinaron
literalmente. Uno que cantaba los versos histéricos de la poesucia, que así la llamaba por su afán inquebrantable de meterse la realidad por las narices y el culo, una perra decía él, amable con sus noches ardientes, pero perra al fin. Ese que camina despacio por la vereda sur de la magnífica ciudad y que se para en el 649 de san diego a dejarle rozas secas a la conserje. Un bastardo mentiroso y lascivo, ese me arruinó. Tenía el proyecto ideal, una constelación de improntas y actos de ocupación, que así lo llamaba. Subirse a la micro decía, y no pagar desde luego,  robarse el café del pronto copec y vender collares en el bellavista mientras mataba porros y una cepa de cartoné, que con melón queda exquisito mascullaba mientras tosía ahogado por un punto rojo.
Arruinado por los sueños, castillos en el aire sin llaves de entrada. Se puede apelar insistía hasta el último, pagar la multa, mamarse unos días en la cana de recoleta o aprecue rumbo a mendoza, que las deudas no llegan hasta allá según él. Nada confiable por cierto, el huevón nació chicharra y ya tiene un séquito lujurioso de adherentes. Sus aprendices me cuenta mientras se toma la segunda escudo que invité, de paso me trae unas páginas sueltas de versos que planea plasmar en una flamante libro. Leo garabatos inconexos, bruma que huele a vino de tercera, a sobajeo mañanero y porros de la prensada. Tengo los bolsillos pelados le confieso, mis últimos pesos se fueron por su garganta reseca. No dice nada, se aprieta los cordones que siempre vuelan desatados. En el fondo me rio, la plata no volverá y el maldito proyecto naufragó en el dique seco. 
Santiago a esta hora huele a mierda.