viernes, 11 de diciembre de 2015

Bitácora de viernes.

            Estaba sentado en el centro cerca de un semáforo a esa hora en que todas las cosas se suceden sin pausa. Me sentía agotado, mirando y no mirando y pensando en lo tarde que era y los encargos que me hizo y si alcanzaría hacerlos todos.  Fue entonces que los vi venir. Ella caminaba rápido, llevaba unas sandalias negras y un vestido en tono pastel, liviano, que la hacían lucir más joven y fresca. Él caminaba más lento, como desganado. Hacía calor y llevaba sombrero y gafas para protegerse del sol y una botella de agua a medio vaciar en su mano derecha. Parecían una pareja de jubilados aprovechando el día festivo para tomar fotos y recorrer por ahí, cosas de jubilados pensé. Entonces él se retrasó o quizá ella caminaba muy rápido y se hacía imposible llevarle el ritmo o sólo era el cansancio, el caso es que quedó en medio de la calle y lo sorprendió la luz roja. Ya sabemos como es el tránsito por acá. Un par de frenazos, unos garabatos y él que termina de cruzar. Ella enfrente golpea el suelo con su pie y comienza a regañarle, que acaso quería al fin dejarla viuda?, que se apure, que porque se queda atrás y algo más que no escuché por el tráfico bullente a esa hora. Luego de esto sigue presurosa adelante sin volver la vista. Él la sigue por algunos metros mirándose los zapatos, se detiene y saca un pañuelo con el que se seca el sudor de la frente, vuelve la vista atrás al camino andado, se rasca la cabeza y piensa y duda, porque sé que lo asalta esa duda inquietante que siempre ronda a todo hombre, pero toma un sorbo de agua, guarda el pañuelo y prosigue el camino diez metros tras de ella.