martes, 28 de abril de 2015

Bitácora del martes.

   Mi gato Dámaso está perdido. Lleva cinco días sin volver y ya me estoy  temiendo  lo peor.  Beatriz me dice que lo vio a un par de cuadras de la casa, estaba sobre un techo y no dio muestra alguna de reconocerla cuando lo llamó. Dice que se estiró cuan largo era y se adormeció bajo el tibio sol de este otoño. Gato indiferente y cabrón. Beatriz opina que la calentura del gato lo va a matar. En cierta forma tiene razón, a la larga la pasión es destructiva, pero yo creo que habla así porque en el fondo aborrece al gato y lo que representa. Yo lo sé. La personalidad de Dámaso es arisca, casi salvaje. No permite que nadie le haga cariño excepto yo, y el tener este privilegio me reconforta, me da cierto estatus dentro del hogar y sobre las otras mascotas. Cosa que a Beatriz molesta sobremanera.

Pero el problema de Dámaso es su calentura, aunque yo prefiero llamarlo apasionamiento desbordado y es muy probable que lo liquide. Nunca habíamos tenido un gato tan así, tan llevado a su idea,  rabioso con todos menos conmigo y cariñoso sólo cuando se le antojaba. Al principio lo habíamos llamado Javier porque se parecía un poco a un sobrino en la expresión de la cara, pero con su comportamiento desmedido se lo cambiamos en recuerdo de mi abuelo Dámaso, un busquilla de primera, hombre de entrada y salida, enamorado de la vida y todas las mujeres. Su última amante tenía veinticinco años cuando él ya pasaba los setenta. Era usual que se perdiera, más bien viajaba por negocios según sus palabras y se demoraba en regresar tanto como tardaba en gastarse  todo el dinero que llevaba. Pero volvía, siempre lo hacía. El apasionamiento pasa,  se calma el espíritu y la cordura vuelve a señorear sin contrapeso. El abuelo llegaba nervioso, humillado y hasta más flaco. Buscaba la mirada de la abuela y esta no decía nada. Nunca entendí tal resignación ganada por el paso de los años y la costumbre, como la cruz que te tocó y contra la cual no luchas. Me preguntaba entonces que misteriosa sabiduría había en esos largos silencios, en ese reproche dolido, lacerante, pero lleno de amor. Partía la abuela entonces a la cocina y le calentaba un poco de comida y todo poco a poco volvía a la normalidad hasta su próxima huida. Pero la abuela esperaba, sabía que tarde o temprano volvería, igual que yo, espiando por la ventana el regreso de mi gato.

lunes, 27 de abril de 2015

Porno

      Voy a hacer un cuento porno.

Por-no esperar, por-no sucumbir, por-no olvidar, por-no sospechar, por-no perdonar, por-no comprender, por-no escuchar, por-no desistir, por no-rescatar, por-nosotros,  por-no olvidar...
Eso ya lo dije.