sábado, 30 de noviembre de 2013

Acuarela

      ¿Qué más se puede hacer?
       Somos como cometas rumbo al sol sin saber si sobreviviremos a ese encuentro incandescente. A veces los milagros suceden, rara vez, pero pasan. Uno se para de otra forma, mira de otra forma, existe la ilusión. Entonces apretamos los puños y peleamos por ella, que no se desvanezca es la idea y te das cuenta que corres contra el tiempo, que te sobrepasa la vida y sus inutilidades.
      Tanta divergencia para una misma cosa, la que todos buscamos y que para algunos nunca llega. Es que las soledades reinan por estos lados y me asusta aquello. Porque nada es fácil, eso lo dije alguna vez también, y se cae en los mismos horrores, piedras que se repiten y tozudamente nos hacen tropezar de nuevo. Así es que pareciera que cuando todo se acaba, que esas nubes densas no disiparán jamás, te sientas por allí a ver la gente pasar girando la cabeza para que nada se escape a tu mirada y ya casi te marchas. Y de pronto, allí está...

domingo, 24 de noviembre de 2013

Reflexiones de Domingo

           Ya te dije, soy un tipo normal, vivo apilado como muchos entre calles, trabajos sucios y tráfico insalubre. Pero los Domingos no me despiertes así, ¿soy normal sabes?  No me gusta ese BUM, BUM!! repiqueteando como aguja en mis oídos. Me gusta el ritmo, es cierto, pero no un Domingo!  Cierra la ventana y déjame seguir soñando, pero no, tu y tus hábitos de armonías redescubiertas en un video que te enseñaron y unos cuantos cursos de esos que están de moda, y el Reiki, y el Yoga y el Step y suma y sigue. La vida se renueva, brota y se propaga por doquier. Te entiendo, eres feliz y lo sé, pero no en Domingo. Es que mañana ya es Lunes y eso me aterra. ¿No comprendes? Mañana la guerra continúa y no hay esperanza para armonías revitalizadoras. ¿Cómo te explico? Los Domingos son como mi duelo previo,tu sabes. Pero tu dale con  que es un lindo día y hay que aprovecharlo. Puede ser, pero hoy tengo sueño. No entiendes?  BUM, BUM! esa manera de saltar, y los abdominales y el sudor que corre... ¿Estás loca? Yo sudo toda la semana y no requiero esa música estridente levanta muertos. No!  Estoy cansado, me duele algo en alguna parte que aún no defino bien. Es como un trance y eso es mucho más profundo que doblar las rodillas y ponerse de cabeza como haces tu ahora. Si, si yo entiendo que pensaste que quizá yo, que sólo querías hacer algo para devolverme la alegría y la profundidad y que en una de esas me ponía a escribir como un sincopado. Una forma de atraer musas y lunas demenciales para que me vuelva loco de nuevo y reputee en un papel. Yo entiendo tus buenas intenciones, pero no en Domingo por favor.Ya tuve suficiente con un Sábado atroz corriendo para alcanzar la reservación y las botellas de vino carísimas Dios mío! Y luego volver cerca del amanecer con ese cansancio miserable que sabes te derrotará tarde o temprano, y temes y hundes la cabeza en la almohada para soñar pronto. Y ahora amaneces con ese traje de Lycra que no sé de donde salió y un cintillo y un cola en el pelo que te sienta bien, lo admito. Te ves bella sudando, pero te repito, no en Domingo! Ahora déjame, no soy buena compañía los Domingos, en realidad casi nunca. Yo sé que esto te apena, que apague la música, que cierre las cortinas y busque desesperado un resto en alguna botella debajo de la mesa, pero es lo que hay, ni un puto sentimiento extra, ni ganas de llorar, ni deseos de subir el maldito cerro capitalino. Ya sé que todos van allá, que suben como borricos con sus buzos deportivos, y bicicletas y sus botellas energéticas o agua mineral, respirando el aire puro del cerro y de paso mirándose unos a otros, y admirándose de ser tan deportistas y entusiastas. Huevadas! A mi déjame en la cama hoy, que es en donde debiéramos seguir ejercitándonos, pero a mi modo, que es mucho más divertido y placentero. ¿Que no quieres? Ya sé, mi humor de perros te dejo fría como una tumba. Nada que hacer.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Im here again

     
        Si, estoy aquí de nuevo. Costó pero llegué. Los problemas del blog creo que los solucioné, al menos funciona, es algo.
        Qué ha pasado?  Nada nuevo bajo el sol, que el repechaje de la elección presidencial está de más todos lo saben, que entre la caca y la mierda no escojo. Definitivamente tenemos algunas cosas que hacer, quemar una micro diría Marcelo, tiempo sin verlo. Bueno, ya nada sorprende en esta vida psicótica que llevamos, paranoica dice una amiga mía. Llena de temores, angustias y soledades. Quién puede ser feliz cuando falta lo esencial?  Sorpresa, encanto, misterio. Este país perdió la alegría que nos ofreció transformándonos en cándidos ilusos. En realidad nos mintió, y lo sigue haciendo.
       Y no tenemos tiempo, no nos dejan tiempo. Más vale que hagamos algo y pronto, no hay mal que dure cien años ni huevón que lo aguante dicen por ahí.
       En fin, estamos de vuelta y aún de pie, lo cual le duele a algunos y entusiasma a otros. La vida continúa y seguimos dando la batalla. Salud por ello!

Llamadas del pasado


             
  -En ocasiones los teléfonos, o más bien las llamadas telefónicas, nos deparan sucesos inesperados, sorpresivos y de resultados absolutamente impredecibles-
                Las palabras filosóficas de mi amigo Húgo sonaban misteriosas como nunca en todos los años de conocernos. Me hablaba mientras bebía su café de pie apoyado en la puerta del dormitorio. El mío humeaba sobre la mesa acompañado de dos panes recién horneados, regalo de la dueña de la pensión que nos lo ofreció a modo de bienvenida.
                Lo primero que pensé fue en la suerte o coincidencia de habernos encontrado en esta ciudad de sur del País, pero luego me di cuenta que no era tan así. Era pleno invierno y habían pasado algunos años de no habernos visto. Él y sus negocios que lo absorbían por completo y yo y mi trabajo por el cual viajaba constantemente, de hecho mi estadía en este lugar era ya casi una costumbre. Casi siempre alojaba en el mismo sitio.
                A Húgo me lo encontré en la tarde cuando volvía a la residencia. Vestía de terno y corbata y un abrigo gris de lanilla que le cubría hasta las rodillas, le hacia parecer aún mas alto de lo que en realidad era. En ese momento intentaba encender un cigarrillo refugiado en el dintel de la puerta de entrada y al verme llegar me tendió su mano y me abrazó saludándome entusiasmado. Al poco tiempo estábamos ambos instalados en la habitación en la que dormía; Hicimos memoria de las mismas aventuras de siempre, que es la tradición o lo habitual en estos casos. Luego me dio los saludos acostumbrados de su familia y lo mucho que se acordaban de mí y después de recordar a una docena de amigos extraviados en el tiempo, me hacía este comentario que dejó instalado un largo silencio entre nosotros interrumpido solo por nuestros sorbidos de café y uno que otro bocinazo proveniente de la calle.
                Un reloj despertador, regalo de mi madre que me acompañaba a todas partes, indicaba recién las siete de la tarde montado en la única repisa del lugar. El frío que se introducía por entre las junturas de las viejas paredes de madera y la falta de calefacción hicieron casi obligatorio tomarnos el café mezclado con un poco de ron que llevaba siempre en una pequeña botella en un bolsillo de la chaqueta. No había muchos muebles, solo un par de viejas camas con colchones rellenos de lana natural que caían justo en el dormitorio, un velador  y dos sillas con una mesa pequeña en la salita de entrada. El piso de tablas rojizas oscuro, lucía limpio y encerado, aunque sin brillo y la débil luz amarillenta de la ampolleta que pendía en medio del alto cielo, daban un aspecto algo lúgubre al ambiente.
             -¿Te acuerdas de la lady “Pu”?, ¿La vecinita de la cuadra?- me preguntó al cabo de un rato.
                -claro que me acuerdo- contesté intrigado, por supuesto que era así, como olvidarla.
                -Pues la semana pasada me llamó a mi casa a Santiago-
                -¿Ah si?- musité aparentando indiferencia
                -así es amigo y me pidió que te buscara y que nos reuniéramos aquí-
                El fuerte viento aullaba entre el tendido eléctrico y arrastraba con él montones de hojas, algo de tierra y pequeñas ramas que se estrellaban contra los vidrios de la ventana en un cada vez más constante repicar. También arrastraba recuerdos. Todo esto mezclado con las primeras gotas de un temporal inminente.
                Bien sabía yo que mi amigo era muy dado a ser bromista e intrigante en sus conversaciones. El que se haya molestado en viajar a buscarme no era motivo suficiente como para creerle a pie juntillas, pues conocía su capacidad e imaginación para provocar hilarantes bromas como muchas veces lo había hecho, sin embargo en esta ocasión existía cierto matiz distinto, cierta pesadumbre en la cadencia de sus palabras, esa rara mezcla de urgencia y profunda filosofía que habían conseguido como nunca antes llamar poderosamente mi atención. Esperé entonces pacientemente a que continuara con su relato al mismo tiempo que una legión de recuerdos comenzaron a hacerse vívidamente nítidos.
                Me acordaba bien de la Corina. Era una graciosa y atrevida pecosita que por entonces tendría unos catorce años. Era la mayor del grupo de mocosos que nos juntábamos a jugar en la orilla del estero que pasaba cerca de nuestras casas todos los días de ese verano del 78, cuando no teníamos conciencia de las tragedias que inundaban al país en esos instantes. No sabíamos de ningún tipo de conflicto ni de mayores responsabilidades salvo divertirnos y pasarla bien. En realidad lo único que nos importaba por entonces era competir por los favores de la Corina en tal o cual proeza, tratando de ser un héroe ante sus ojos y soñando con ser el elegido para descubrir luego el latido incesante que inundaba el estómago o los primeros dolores que apretaban el corazón cuando la elección no nos favorecía. Con Hugo tendríamos unos trece años; Peleábamos y competíamos por el cariño esquivo de ella, la cual para motivarnos nos brindaba la mas sublime de las miradas con ese par de ojos pardos que abanicaba con unas largas y crespas pestañas, prometía entonces llevar al ganador tras las paredes del viejo establo en donde le mostraría ciertas partes privadas que nos volvía locos de solo imaginarlo, además de acompañar sus palabras con un suave roce de sus labios que casi siempre sabían a dulces o a fruta fresca.   
                Ella siempre fue la más bella y admirada. Conciente de aquello, sacaba provecho, aunque no lograba por entonces comprender en que forma. Con el tiempo comprendí que se trataba sólo de la búsqueda desesperada de cariño y ternura, cosas que en su casa de ninguna manera había, un lugar del todo inhóspito, en donde su madre trabajaba todo el día lavando ropa a los vecinos y no prestándole ninguna atención. Con un padrastro que la mayor parte del tiempo estaba sin trabajo y que apestaba a licor barato y que también le dirigía constantes y lascivas miradas, cosa que provocaba la rabia de nosotros. De todo esto nos dábamos cuenta, entonces ideábamos mil formas para atacar al padrastro de la Corina. Muchas veces nos descubrió y comenzaba una escapada por entre matorrales y arena, perseguidos por el viejo que casi siempre traía una varilla de ciruelo con él y que muchas veces nos dio con ella por nuestros espinazos, pero luego de cruzar el estero estábamos a salvo y recibíamos los besos y abrazos de ella, que eran nuestra mejor y merecida recompensa.
                Húgo se encontraba cerca de la ventana y observaba a algunas personas que se protegían de la incipiente lluvia debajo de un gran pino que parecía abrazarlos con sus gruesas ramas, de hecho los árboles desnudos de hojas se encorvaban por el peso invisible que depositaba sobre ellos la furia del viento. La casa crujía y el frío se hacía cada vez más intenso. 
                El que mi antiguo amigo me hubiera buscado por motivo de la Corina, no me había sorprendido del todo, quizá porque ambos quedamos para siempre ligados a aquella mujercita. No se quién más de los dos, aunque siempre quise suponer que lo que yo tuve con ella fue lo más importante, que no podía haber comparación. Sin embargo con el tiempo fue el Húgo quién ganó la partida, y según las historias que me contaba, mucho más que un simple juego.
                 La niña de mis sueños destruida sicológicamente de pequeña, abusada y herida en el alma. Buscó desenfrenada en otros brazos y camas, en calles oscuras de ciudades frías, el calor y la alegría de un abrazo con ternura que siempre le fueron esquivos.
                Yo también tuve algo con ella. Me enseño a amar por vez primera, luego de todos esos juegos de niños de conocernos e investigarnos, cuando ya casi habíamos dejado de serlo. Fue uno de esos días fríos de Junio que llegan luego de las lluvias. Me acuerdo que estaba sentado en la cocina tomando una leche caliente, mi madre estaba en su trabajo y la tarde se hacía interminable sin nada que hacer. Entonces la vi aparecer doblando la esquina dirigiéndose hacia donde yo estaba. Traía un grueso gorro de lana que apenas se equilibraba sobre su cabeza empujado por una veintena de rabiosos rizos que luchaban por liberarse. Vestía una falda algo corta para el frió reinante y medias largas que se perdían a la altura de sus muslos, calzaba unas botas algo gastadas y embarradas en las puntas, chaqueta de mezclilla verde un numero mas pequeño de su talla que la apretujaba en un estrecho abrazo. No la había visto hacia varias semanas ya. Su hermano era el que me hablaba de ella, me decía que estaba estudiando en Santiago y que como le faltaba el dinero, también trabajaba, era por esto que solo viajaba los fines de mes. Con el tiempo supe que nada de aquello era verdad.
                Se aproximó corriendo y a medida que lo hacia, pude apreciar sus ojos pardos llorosos y su mejilla izquierda cruzada por un cordón violáceo que supe ardía con mucho dolor en ese momento. 
                Me levanté de la mesa y le abrí la puerta permitiéndole la entrada. No me dijo nada, sólo me abrazó muy fuerte mientras su pecho y sus hombros se estremecían en silenciosos sollozos. Respondí a su abrazo mientras olía su pelo que cubría mi cara. De ella se desprendía un aroma tibio que comenzó a invadir mis sentidos. Echó su cabeza hacia atrás y me miró a través de sus lágrimas, luego despacio puso su boca sobre la mía y me dio un beso suave y tierno que poco a poco se fue transformando en uno salvaje, casi desesperado, anhelado en noches en vela pensando en sus ojos y su risa alegre. Recorrí su espalda con mis manos  torpes y baje hasta sus piernas que en ese momento estaban frías y temblorosas. Luego introduje  mi mano allí, donde tantas veces soñé hacerlo y sentí un quejido complacido que respondía a mi deseo. Su cara sonrojada y su silueta desnuda que se iluminaba por los destellos dorados de la estufa a leña adosada a la pared a nuestras espaldas, fue la imagen que acompañó mi memoria por mucho tiempo. Nunca más la volví a ver. Supe con el tiempo que ella se había marchado al norte, que recorría burdeles de categoría y que era una de las más apreciadas por su suave belleza; También me contaron que estuvo presa algún tiempo por la muerte de un cliente de aquellos lugares y que luego de aquello se alejó definitivamente de aquella vida y que tenía un negocio cerca de Santiago, eso era todo lo que sabia de ella. El recuerdo de ese amor juvenil se fue espaciando en el tiempo hasta casi haberlo olvidado. La vida nos reserva nuevas historias que hacen olvidarse las antiguas, hasta ahora por culpa de mi amigo Húgo.
                La espera de Corina se volvió en cierta medida la excusa perfecta para hacernos un mea culpa por nuestro abandono indiferente, por la vergüenza ajena, por el aprovechamiento del candor que emanaba de ella y nuestro olvido miserable. Húgo me mira serio desde lo alto de su metro ochenta. Sé que piensa lo mismo que yo y esta aquí por ese mismo motivo, tal vez en alguna noche de juerga con sus amigos el alcohol le paso una mala jugada, le recordó lo maldito que había sido con ella y ahora estaba aquí para espiar sus culpas conmigo y necesitaba mi ayuda para encontrarla. Por que era eso en el fondo, la supuesta llamada nunca existió, quizás solo en su conciencia atiborrada de licores entremezclados y el abrazo de alguna que le hizo recordar a aquella nuestra adorable muchachita. Húgo quería que la buscáramos, más que una solicitud era un ruego. No podía dormir pensando en lo que le hizo, porque fue él el que la hizo prostituirse. En aquel tiempo se marcharon juntos a Santiago, ella lo había seguido enamorada hasta allí y mientras él estudiaba, ella se encargaba de la pieza que arrendaban e incluso trabajaba cuando faltaba dinero, limpiaba mesas en algún restaurante y hacía aseo a las otras piezas de la pensión. Pero las cosas no resultaron como las habían pensado. A Húgo le empezó a ir mal en sus estudios y a modo de excusa culpó a Corina por ello. Las discusiones se hicieron habituales. Ella lloraba sentada en un rincón y él se iba al bar de la esquina a emborracharse y gastarse el poco dinero que ella conseguía en  sus trabajos. Al poco tiempo la echó a la calle, le dijo que no podía mantenerla más cuando en realidad era todo lo contrario. Un día tomo su pequeño bolso y se marchó por esas calles de dios y no la volvió a ver. Ahora venía hasta mi con burdas mentiras con el único afán de confesar sus culpas. Algo extraño todo esto, ya que me sentía igual de culpable. Apuramos nuestros cafés y decidimos ir en su busca. El tenía cierta información, el último lugar del que se suponía tenía residencia era en esta ciudad y hacía allí dirigimos nuestros pasos.
                   La calle iluminada profusamente por focos anaranjados era manchada por fantasmagóricas sombras desprendidas de los árboles de la avenida que a esa hora llevaba mucho tráfico. Vendedores de alimentos calientes que se situaban en las veredas, eran asediados por varios compradores al paso para combatir de alguna forma el frió y la espera de la locomoción. El agua de un grifo abierto calle arriba, corría por las orillas de las calles en forma de diminutos riachuelos que arrastraban decenas de basurillas y papeles que se despeñaban por agujeros enfierrados en el piso. Caminamos de prisa esquivando las personas que nos cerraban el paso. El lugar quedaba cerca, a escasas dos cuadras. A medida que nos acercábamos un sentimiento angustioso comenzó a invadirme, un nerviosismo inevitable y la sensación urgente de saber como estaba, que es lo que hacía ahora, tendría hijos quizás o tal vez estaba sola viviendo de recuerdos. Fueron miles de pensamientos que intentaban de alguna manera explicar lo inexplicable. Construir un pasado desconocido acerca de quién no se sabe nada.
                Llegamos a la puerta de la pequeña casa ubicada a la mitad de un callejón  algo oscuro. Era una construcción vieja. La pintura se descascaraba de sus paredes y un par de vidrios de la única ventana fueron remplazados por prácticos pedazos de polietileno. A la entrada un perro que estaba en los huesos no se molestó en ladrarnos y luego de echarnos una mirada indiferente, se acurrucó de nuevo y continuó durmiendo.
                Húgo llamó a la puerta y una voz suave de mujer pregunto:
                - ¿Quién es?-   Es ella pensé
                La puerta se abrió lentamente y una muchachita de unos quince años se asomó con sus ojos pardos interrogantes y su cabello crespo agitado por el viento.
                -Buscamos a Corina- pronunció Húgo mirándome aún impresionado por el parecido.
                -Está allá atrás, síganme- respondió la muchacha y se fue corriendo por el costado de la casa.
                El pasillo algo estrecho estaba sembrado de musgo y pasto por doquier. Varios jarrones y hasta algunas ollas viejas servían de maceteros para almacenar algunas descuidadas plantas que se extendían en dos hileras a nuestros costados. Al final de este camino se abría un amplio patio cruzado por sendos cordeles en donde pendían una que otra prenda de ropa. Debajo de un pequeño techo había un hombre algo mayor, con barba de varios días que bebía a pequeños sorbos de su vaso de vino. La botella la ocultaba entre sus piernas. Estaba sentado en una especie de sillón de mimbre que a falta de una pata le agregaron unas tablas para equilibrarla. Al fondo y en la esquina, había una mujer afanada trabajando sobre una tabla de amasar. Sobaba la masa con sus manos delgadas y sus brazos algo morados por el frío. Su cara ajada y su pelo mustio atado en un moño sin muchas pretensiones, se estremecían con cada movimiento y pareciera que nunca iba a acabar. Era una especie de eterno vía crucis con su espalda encorvada y sus pies en el piso  húmedo. Cuando llegamos nos miró por el rabillo del ojo, pero no se molestó en dirigirnos la palabra, aunque estoy seguro de que si nos reconoció. Mientras la muchachita caminaba hacia el lado de su madre. Por un momento me pareció que el tiempo retrocedía y allí estaba la Corina para que la rescatáramos y huyéramos de este lugar. Esta vez para siempre.
                La voz del hombre, que también había seguido a la chica con su ebria mirada, nos preguntó:
                -¿ A quién buscan uds.?-
                -Disculpe señor, pero creo que nos hemos equivocado- dijo Húgo y acto seguido nos dimos media vuelta y nos volvimos hacía la calle.
                El camino de regreso a la pensión lo hicimos muy despacio, pese a que la lluvia ya se dejaba caer con fuerza, cada cual ensimismado en sus pensamientos. No nos dijimos nada, ni siquiera al despedirnos. No hacía falta.


            

Bitácora de un Domingo en la noche


Llamadas que sorprenden a las tres de mañana. Dónde estás cabecita loca? Me llama de La Serena con esa verborrea incontinente tan propia de ella. Alguna vez fuimos casi amantes, bueno, yo quería, pero ella dijo que no se apiadaría de mi soledad crónica por el único hecho de que con tipos como yo ella se enamoraba y eso no estaba en sus planes, al menos no hasta que se envejeciera, quizá allí me llamaría o tal vez nunca. Bueno, así es la vida decía mientras se empinaba una botella, armaba un porro y tecleaba su teléfono. Siempre pegada al maldito teléfono. Era su obsesión. Me cuenta de su vida, del maldito trabajo y de las elecciones. Que por quién votaré? No tengo la más puta idea le respondo. El circo está aburrido y el final ya no sorprende, la gente anestesiada y la vida muy dura como para prestarse al jueguito le digo. Si me propones una cosa buena hagamos algo, pero si no, no me hables huevadas concluyo. Ríe como loca, tu como siempre tan hijo de perra me dice cariñosa. Ella es así, insulta tiernamente, y eso me gusta. Bueno cada cual con sus gustos no? Me dice que se viene de vuelta a la capital, que se aburrió del aire puro y el carrete playero. Que los huevones se pusieron densos con tanto rollo existencial en el valle del elqui y que se morirán esperando el encuentro cercano místico en el que se gastaron un cerro de plata, misma que se le acaba y que su tío benefactor ya no estaba con ganas de seguir subvencionando su estadía por allá, así es que se venía y me preguntaba que en dónde estaba, si tenía un sitio en donde dormir y que a que grupo cultoso asistía para llevarla a armar ataos y guerrillas poéticas. Que a ella le encantaba el hueveo y que no me sorprendiera si se aparecía por mi depto un día de estos. Luego cortó y no volvió a llamar.
Y aquí estoy mirando por la ventana temiendo que en cualquier momento aparezca con su maleta de cuero de los setenta y su bolsito artesanal con su provisión de porros, un cuaderno de garabatos poéticos y un espejo para maquillar las arrugas de mierda que la atormentan.