jueves, 21 de marzo de 2013

Locos yo, tu, él...




       Los locos son peligrosos. Primero, porque nadie sabe como diantre reaccionarán frente a determinadas circunstancias. Segundo, porque no existe un tratamiento lo suficientemente confiable que garantice su real integración a la sociedad, entendiendo por esto, su “normal comportamiento” y tercero, porque nos aterroriza la sola posibilidad de volvernos como ellos.
¿Qué desastroso minuto es aquél en que la locura decide apropiarse de la mente y mandar todo al diablo?, ¿Qué intrincado pensamiento logra desvirgar nuestro cerebro y hacerse preguntas extrañas tales como si acaso el silencio de Dios no es la prueba definitiva de que no existe?
Algo así puede llegar a ocurrir y no es extraño que ocurra en momentos de intenso dolor y angustia, es más, creo que las tragedias gatillan la aparición de la enajenación, tal ves por la impotencia que se enclava en el alma y se asoma por la mirada. Cuando no hay nada que hacer y los rezos ya no alivian. Entonces, ¿qué hacemos?. Solo dejar de luchar, dejarse ir en un torrente caudaloso, abandonando todo pudor y cordura, porque ya no sirve la sensatez esclavizante que a nada conduce y que aturde e insensibiliza, aquella que se ha mecanizado en una especie de servidumbre para tal o cual deseo u acción. Observando inmóvil, eternamente, como se acaba la vida, como te mueres.
       Los locos son peligrosos, más que nada porque nos muestran la realidad que no queremos ver, quizá sólo porque no nos gusta cuestionarnos mas allá de lo “permitido”o tal ves porque alteran nuestros ordenados esquemas de vida. Resulta desconcertante discutir con un loco, ya que en una de esas puede que nos puteen la religión que profesamos, la patria en que vivimos y hasta a la madre que nos parió, aunque claro que esto hoy en día es bastante común, lo cual demuestra en cierta forma de que éste es un mundo lleno de locos o en vías de serlo.
Son tan imprevisibles, especialmente aquellos que andan sueltos por ahí enunciando descabelladas y hasta siniestras ideas a diestra y siniestra sin el mas mínimo pudor.
Y en el fondo nos duele, nos molesta y hasta nos da envidia el no poder tener esa infinita indiferencia de la locura, esa suprema sagacidad y poder para tocar sensibilidades intocables, el desmadre irresponsable sin culpa que espiar ni explicaciones que dar, sólo porque estamos locos.


Paradero conocido

     En la plaza Cóndell de Iquique, también en la esquina y a las afueras de una farmacia se le suele encontrar. Los pies descalzos e inmundos. Apretujado por una frazada de irreconocible color que trae sobre sus hombros y que cruza sobre su pecho cual símil de emperador romano en decadencia; Con su pelo largo desgreñado y una abundante barba canosa, es el cuco con que asustan a los niños las viejas prejuiciosas en sus idas de compras al supermercado. Maloliente por completo y enarbolando casi siempre en su mano derecha una infaltable botella de plástico, rellena con quién sabe que misterioso líquido descolorido. Con la cara sempiternamente adornada por una estúpida y pusilámine sonrisa, y finalmente con sus ojos oscuros irritados, enrojecidos por la bebida, su habitual medio de combatir el frío de las noches a la intemperie.
       Nadie sabe como llegó a esa condición, de donde era, ni como se llama, ni si tiene algún familiar o amigo que pueda hacerse cargo de él. Tampoco se sabe su edad exacta, aunque se calcula tenga unos cincuenta años, sin embargo dado su lamentable estado, es posible que tenga muchos menos de los que representa. Más de alguna alma caritativa, de esas que abundan en instituciones dedicadas a la repartición de alimentos para los “seres” de la calle, le ha preguntado su nombre, pero éste les ha respondido con enormes risotadas que revelan un alcohólico aliento y denotan una desvergonzada burla para con estas personas. Lo cual me lleva a pensar de que en su enajenado mundo, existe aún espacio para la ironía y la comprensión del medio social que habita.
       Por lo general éste es un loco pacifico, Que se sepa no ha atacado nunca a nadie, no obstante se le mira con recelo y se opta por cruzar a la acera de enfrente cuando uno se lo encuentra en su camino. Lo que sí se sabe, es que es un lujurioso de marca mayor; Dotado de una considerable y desinhibida anatomía, suele desnudarse de ves en cuando ante el paso de alguna bella mujer para mostrarle sus encantos, lo que redunda en histéricos gritos de la dama en cuestión, de llamadas de auxilio y las infaltables risas de los curiosos testigos de siempre. Todo termina ante la llegada de la ley que decide llevarse a nuestro pobre loco tras las rejas por unos días para apaciguar su exacerbada pasión y de paso librarnos de su desagradable presencia, aquella que nos asusta, que nos recuerda lo frágil de nuestra supuesta normalidad y la que nos revuelve el estómago de solo imaginar vernos en semejante situación.

Adiós vidaloca

       No salió en las noticias de la radio ni en el obituario del periódico local. Tampoco se comentó en el regado asado del fin de semana recién acontecido, no era tema. Sólo me enteré de casualidad cuando una amiga enfermera me dijo del indigente encontrado muerto en la estación y de la posibilidad cierta de irse a la fosa común, pues no existía nadie que reclamara su cuerpo. No tenía ninguna pertenencia de valor, ni siquiera alguna identificación con su nombre escrito, que era lo que mas la preocupaba, como si el hecho de que no tuviera nombre implicara que nunca existió, pero cuando sus ropas iban a ser incineradas, de entre el bolsillo trasero del raído pantalón, resbaló una pequeña y grasienta libreta con sus páginas arrugadas escritas con un pulso tembloroso, la misma que tenía y hojeaba ahora entre mis manos. Entonces le sonreí a mi amiga y le dije. Ese hombre era alguien, aquí está la prueba, y le mostré la libreta llena de poesías.

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