viernes, 22 de marzo de 2013

Bitácora de Viernes.


No he podido escribir. De pronto la precariedad de mis palabras optó por no decir nada. Sucede que el asombro de las cosas tornose una escuálida línea recta conducente al mismo sitio. La culpa es del tránsito rutinario de los días que disipan la substancia emotiva. No consigo apreciar la pasión perturbadora. Pareciera que aquí no pasa nada lo cual es una aseveración espantosa por sí misma. El asunto se ve complicado. Es como el suicidio anónimo del creador, anímico quizá.
No he podido escribir y el espacio en el papel reclama el grabado visceral del lápiz inerte sobre él. No he podido escribir y los intentos yacen dispersos por el suelo. El que está junto a la puerta se intitulaba “El inadvertido” y trataría de la intrascendencia y los silencios de un hombre común, de nombre y vida sustantivamente comunes que desgraciadamente ya no tiene nada que decir. El arrugado en el papelero hablaría de los apetitos insatisfechos de una solterona demasiado dama y conservadora para dejarse seducir por ellos, incluso de tanto pudor le fue imposible contar su historia. Y el de la mesita lleno de borrones, sería un manifiesto poético que plantearía lo inútil de la sociabilidad ante el beligerante caos individualista que nos embarga, demasiado individualista en verdad.
Pero han sido en vano, apenas unos suspiros y luego nada. Nacieron muertos. Parecen lápidas sobre tumbas vacías. Y en esa búsqueda frenética de las musas creadoras, recorro con la vista las paredes, el piso sucio, el papel y un pedazo de cielo en una foto antigua, y la inspiración no llega y pienso que no quiero más pensar, al menos no por hoy.

jueves, 21 de marzo de 2013

Locos yo, tu, él...




       Los locos son peligrosos. Primero, porque nadie sabe como diantre reaccionarán frente a determinadas circunstancias. Segundo, porque no existe un tratamiento lo suficientemente confiable que garantice su real integración a la sociedad, entendiendo por esto, su “normal comportamiento” y tercero, porque nos aterroriza la sola posibilidad de volvernos como ellos.
¿Qué desastroso minuto es aquél en que la locura decide apropiarse de la mente y mandar todo al diablo?, ¿Qué intrincado pensamiento logra desvirgar nuestro cerebro y hacerse preguntas extrañas tales como si acaso el silencio de Dios no es la prueba definitiva de que no existe?
Algo así puede llegar a ocurrir y no es extraño que ocurra en momentos de intenso dolor y angustia, es más, creo que las tragedias gatillan la aparición de la enajenación, tal ves por la impotencia que se enclava en el alma y se asoma por la mirada. Cuando no hay nada que hacer y los rezos ya no alivian. Entonces, ¿qué hacemos?. Solo dejar de luchar, dejarse ir en un torrente caudaloso, abandonando todo pudor y cordura, porque ya no sirve la sensatez esclavizante que a nada conduce y que aturde e insensibiliza, aquella que se ha mecanizado en una especie de servidumbre para tal o cual deseo u acción. Observando inmóvil, eternamente, como se acaba la vida, como te mueres.
       Los locos son peligrosos, más que nada porque nos muestran la realidad que no queremos ver, quizá sólo porque no nos gusta cuestionarnos mas allá de lo “permitido”o tal ves porque alteran nuestros ordenados esquemas de vida. Resulta desconcertante discutir con un loco, ya que en una de esas puede que nos puteen la religión que profesamos, la patria en que vivimos y hasta a la madre que nos parió, aunque claro que esto hoy en día es bastante común, lo cual demuestra en cierta forma de que éste es un mundo lleno de locos o en vías de serlo.
Son tan imprevisibles, especialmente aquellos que andan sueltos por ahí enunciando descabelladas y hasta siniestras ideas a diestra y siniestra sin el mas mínimo pudor.
Y en el fondo nos duele, nos molesta y hasta nos da envidia el no poder tener esa infinita indiferencia de la locura, esa suprema sagacidad y poder para tocar sensibilidades intocables, el desmadre irresponsable sin culpa que espiar ni explicaciones que dar, sólo porque estamos locos.


Paradero conocido

     En la plaza Cóndell de Iquique, también en la esquina y a las afueras de una farmacia se le suele encontrar. Los pies descalzos e inmundos. Apretujado por una frazada de irreconocible color que trae sobre sus hombros y que cruza sobre su pecho cual símil de emperador romano en decadencia; Con su pelo largo desgreñado y una abundante barba canosa, es el cuco con que asustan a los niños las viejas prejuiciosas en sus idas de compras al supermercado. Maloliente por completo y enarbolando casi siempre en su mano derecha una infaltable botella de plástico, rellena con quién sabe que misterioso líquido descolorido. Con la cara sempiternamente adornada por una estúpida y pusilámine sonrisa, y finalmente con sus ojos oscuros irritados, enrojecidos por la bebida, su habitual medio de combatir el frío de las noches a la intemperie.
       Nadie sabe como llegó a esa condición, de donde era, ni como se llama, ni si tiene algún familiar o amigo que pueda hacerse cargo de él. Tampoco se sabe su edad exacta, aunque se calcula tenga unos cincuenta años, sin embargo dado su lamentable estado, es posible que tenga muchos menos de los que representa. Más de alguna alma caritativa, de esas que abundan en instituciones dedicadas a la repartición de alimentos para los “seres” de la calle, le ha preguntado su nombre, pero éste les ha respondido con enormes risotadas que revelan un alcohólico aliento y denotan una desvergonzada burla para con estas personas. Lo cual me lleva a pensar de que en su enajenado mundo, existe aún espacio para la ironía y la comprensión del medio social que habita.
       Por lo general éste es un loco pacifico, Que se sepa no ha atacado nunca a nadie, no obstante se le mira con recelo y se opta por cruzar a la acera de enfrente cuando uno se lo encuentra en su camino. Lo que sí se sabe, es que es un lujurioso de marca mayor; Dotado de una considerable y desinhibida anatomía, suele desnudarse de ves en cuando ante el paso de alguna bella mujer para mostrarle sus encantos, lo que redunda en histéricos gritos de la dama en cuestión, de llamadas de auxilio y las infaltables risas de los curiosos testigos de siempre. Todo termina ante la llegada de la ley que decide llevarse a nuestro pobre loco tras las rejas por unos días para apaciguar su exacerbada pasión y de paso librarnos de su desagradable presencia, aquella que nos asusta, que nos recuerda lo frágil de nuestra supuesta normalidad y la que nos revuelve el estómago de solo imaginar vernos en semejante situación.

Adiós vidaloca

       No salió en las noticias de la radio ni en el obituario del periódico local. Tampoco se comentó en el regado asado del fin de semana recién acontecido, no era tema. Sólo me enteré de casualidad cuando una amiga enfermera me dijo del indigente encontrado muerto en la estación y de la posibilidad cierta de irse a la fosa común, pues no existía nadie que reclamara su cuerpo. No tenía ninguna pertenencia de valor, ni siquiera alguna identificación con su nombre escrito, que era lo que mas la preocupaba, como si el hecho de que no tuviera nombre implicara que nunca existió, pero cuando sus ropas iban a ser incineradas, de entre el bolsillo trasero del raído pantalón, resbaló una pequeña y grasienta libreta con sus páginas arrugadas escritas con un pulso tembloroso, la misma que tenía y hojeaba ahora entre mis manos. Entonces le sonreí a mi amiga y le dije. Ese hombre era alguien, aquí está la prueba, y le mostré la libreta llena de poesías.

martes, 5 de marzo de 2013

Bitácora olvidada.


   La guerra y sus horrores son sistemáticos y periódicos. Tiempos de paz no existen. Creo que siempre, en cualquier tiempo o lugar, a mayor o menor escala, siempre se está librando alguna guerra. Las razones para iniciarlas son innumerables como las víctimas resultantes de ellas. Independiente de los motivos, confieso cierta indiferencia a involucrarme en una postura beligerante. Puedo asegurar que no es por tener una postura cómoda, menos cobardía. Más bien es cierto sentido común, cierto realismo atroz que me paraliza. Existen tantos personajes de una tendencia u otra dispuestos a volarse la cabeza que intuyo que la mía es más útil en otra instancia creo yo. Y no es una falta crónica de valores, ¡claro que no! Mis ideas están lo suficientemente claras referentes a cómo vivir en este mundo, pero dado el estado actual de las cosas, no llevarían a ninguna parte. Sucede entonces que la desidia frente a ciertos hechos genera fastidio por ciertos grupos de sangre “rebelde” que enarbolan banderas y cánticos arcaicos, es más, confieso que he recibido hasta puteadas de algunos por no adherir a tal o cual causa revolucionaria, incluso me han tildado de fascista, cosa nada más alejada de la realidad.
   Y acá estás tú tratando a toda costa  de convencerme de participar en esa especie de funa al poder judío en Chile. En principio tu idea consiste en una manifestación frente a la embajada de Israel. Después vendrán una serie de acciones tendientes a desenmascarar el poder real que sustentan en el país. Y te digo que me parece que la ocurrencia es demasiado rancia y de los posibles resultados, léase provecho que se obtendría de ello. ¿Se va a detener la masacre en Gaza por ejemplo? La verdad es que lamentablemente no está en nuestras manos. ¿Quién gana con todo esto? Hay miles, óyeme bien, miles de individuos, hijos de perra inescrupulosos que sacan provecho de una guerra y esta no es la excepción. Desde el simple creador de una cuenta en Facebook que hable del tema ve aumentada sus visitas a su página y en consecuencia sus posibilidades de ofrecer a más gente lo que tenga que ofrecer, hasta el traficante de armas, las transnacionales farmacéuticas, constructoras que reparan los daños y bancos que las financian. Todos ellos se llenan los bolsillos a cuenta de miles de muertos, miles querida amiga.
Creo que es este el asunto que más me molesta. El beneficio de los que están detrás manipulando el asunto. ¿Cuántas veces ha sucedido?, ¿Cuántas más seguirá ocurriendo? Todo a cuenta de unos valientes idealistas que mueren como moscas. Siempre detrás de una lucha hay una tropa de buitres manipulando a los rebeldes esperando el final para darse el festín. Pregúntale a los “actores secundarios”, ¿recuerdas la película? Esos que se multiplicaron por todo el país, pregúntales que consiguieron luego de luchar aperrados en las calles para conseguir nuestra patética “democracia”. Pienso que de actuar debiera ser contra esos hijos de puta que están detrás, ¡ahí te apoyo de inmediato!
El asunto me complica te digo, me enrabia más bien, ¿Pero qué podemos cambiar nosotros? Aparte de saborear instantes de un sueño idealista, hippiento tal vez. Estamos condenados al fracaso y al olvido que a fin de cuentas es nuestro triunfo porque ningún hijo de perra nos los puede quitar.
   
Mi amiga sonríe y cambia los cafés por tragos dobles para seguir olvidando.