lunes, 2 de diciembre de 2013

Bitácora del sábado trasnochado.

                Entonces dijo todo. ¿Qué más pensaba yo, qué más? Quedar como un bastardo es tan fácil, obviar los detalles e ir al hueso, botar el maldito tronco que aún está en pie. Ah! Demasiado fácil.
               Me lo encontré a eso de las tres de la tarde, cuando el asfalto ardía bajo este sol implacable. Años sin verlo. Estaba mucho más flaco, como un perro famélico, los ojos hundidos y la barba de varios días. Lo invité a una cerveza, nada mejor pensé. Nos fuimos donde Carlitos, a esta hora está algo vacío y el Wurlitzer silencioso. Odio los Wurlitzer desde que me tragaron cerca de mil pesos en una programación que nunca salió. Pero bueno, no quiero desviarme del tema. Gustavo tiene sed, se bebe la primera sin respirar y pido dos más. Viene de Iquique y lleva una semana dando vueltas por acá. No sabe donde ir. Ella se fue me cuenta. Tomó el avión y se fue al sur confiesa con rabia. No creo que vuelva remata. Y no es eso lo que duele, prosigue, es la incomprensión. ¿Qué es más nefasto que el que no te comprendan?
          Le había dado la última oportunidad y falló. Gustavo tenía la tendencia a olvidarse de las fechas, todo lo relacionado con números es un suplicio para él. Recuerdo que en tiempos de colegio siempre llegaba a clases sin tener idea de la prueba o el trabajo para entregar. Un tipo singular sin duda. Sus habilidades apuntaban hacia otro lado. Tenía un carisma inquietante con las mujeres. El tipo se manejaba bien con ellas y lo mejor de todo, sin remordimientos. Una vez me dijo que el que los tenía no servía para el jueguito del amor. Era frívolo en cierta forma, una manera de sobrevivir decía. La vida es corta amigo y hay que disfrutarla. Y los costos rezongaba yo, lo costos...  A él no le importaban, es más, le empezó a ir bien. Mujeres con plata decía, esas valen la pena. Pronto tuvo un cero kilómetros, un departamento en Ñuñoa y una cuenta Visa expedita. El resto nos dispersamos a nuestras realidades diversas, perdimos el contacto algunos años. Un día me escribe emocionado, viene llegando de Buenos Aires y llega a casarse. Enamorado pregunto?  No hombre contesta, es sólo un arreglo comercial. Pasa el tiempo, mi vida cuesta abajo y la de Gustavo llena de viajes, hoteles de buenas estrellas y la billetera llena. Hasta que sucedió. Ella era anarquista, una tipa de temer. Inteligente y apasionada, y se enamoró, como nunca había imaginado hacerlo un tipo como él. Estas cosas suceden mucho más frecuentemente de lo que creemos. El caso es que era un perrito faldero al lado de ella, y lo estrujó. El matrimonio colapsó en un par de semanas, pero aún quedaba algo en el banco. Pero ella también quería lo suyo. Era como la venganza hecha realidad de todas aquellas de las que se aprovechó. Y la chica era mala, si que lo era. Mala de adentro. Hay mujeres así, intrínsecamente malas. Como que nacen para hacer cagar a alguien, es su principal objetivo y Gustavo agarrado hasta las patas. Y las fechas, las malditas fechas. Que el aniversario, que la hora del gimnasio para ir a buscarla, que la cuenta impaga de la tienda en donde compró las botas, y suma y sigue. La plata se acaba y el corazón se agota me confiesa ahora. El amor no basta dice, el amor no basta repito y llamo a Carlitos para que traiga la quinta corrida.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Acuarela

      ¿Qué más se puede hacer?
       Somos como cometas rumbo al sol sin saber si sobreviviremos a ese encuentro incandescente. A veces los milagros suceden, rara vez, pero pasan. Uno se para de otra forma, mira de otra forma, existe la ilusión. Entonces apretamos los puños y peleamos por ella, que no se desvanezca es la idea y te das cuenta que corres contra el tiempo, que te sobrepasa la vida y sus inutilidades.
      Tanta divergencia para una misma cosa, la que todos buscamos y que para algunos nunca llega. Es que las soledades reinan por estos lados y me asusta aquello. Porque nada es fácil, eso lo dije alguna vez también, y se cae en los mismos horrores, piedras que se repiten y tozudamente nos hacen tropezar de nuevo. Así es que pareciera que cuando todo se acaba, que esas nubes densas no disiparán jamás, te sientas por allí a ver la gente pasar girando la cabeza para que nada se escape a tu mirada y ya casi te marchas. Y de pronto, allí está...

domingo, 24 de noviembre de 2013

Reflexiones de Domingo

           Ya te dije, soy un tipo normal, vivo apilado como muchos entre calles, trabajos sucios y tráfico insalubre. Pero los Domingos no me despiertes así, ¿soy normal sabes?  No me gusta ese BUM, BUM!! repiqueteando como aguja en mis oídos. Me gusta el ritmo, es cierto, pero no un Domingo!  Cierra la ventana y déjame seguir soñando, pero no, tu y tus hábitos de armonías redescubiertas en un video que te enseñaron y unos cuantos cursos de esos que están de moda, y el Reiki, y el Yoga y el Step y suma y sigue. La vida se renueva, brota y se propaga por doquier. Te entiendo, eres feliz y lo sé, pero no en Domingo. Es que mañana ya es Lunes y eso me aterra. ¿No comprendes? Mañana la guerra continúa y no hay esperanza para armonías revitalizadoras. ¿Cómo te explico? Los Domingos son como mi duelo previo,tu sabes. Pero tu dale con  que es un lindo día y hay que aprovecharlo. Puede ser, pero hoy tengo sueño. No entiendes?  BUM, BUM! esa manera de saltar, y los abdominales y el sudor que corre... ¿Estás loca? Yo sudo toda la semana y no requiero esa música estridente levanta muertos. No!  Estoy cansado, me duele algo en alguna parte que aún no defino bien. Es como un trance y eso es mucho más profundo que doblar las rodillas y ponerse de cabeza como haces tu ahora. Si, si yo entiendo que pensaste que quizá yo, que sólo querías hacer algo para devolverme la alegría y la profundidad y que en una de esas me ponía a escribir como un sincopado. Una forma de atraer musas y lunas demenciales para que me vuelva loco de nuevo y reputee en un papel. Yo entiendo tus buenas intenciones, pero no en Domingo por favor.Ya tuve suficiente con un Sábado atroz corriendo para alcanzar la reservación y las botellas de vino carísimas Dios mío! Y luego volver cerca del amanecer con ese cansancio miserable que sabes te derrotará tarde o temprano, y temes y hundes la cabeza en la almohada para soñar pronto. Y ahora amaneces con ese traje de Lycra que no sé de donde salió y un cintillo y un cola en el pelo que te sienta bien, lo admito. Te ves bella sudando, pero te repito, no en Domingo! Ahora déjame, no soy buena compañía los Domingos, en realidad casi nunca. Yo sé que esto te apena, que apague la música, que cierre las cortinas y busque desesperado un resto en alguna botella debajo de la mesa, pero es lo que hay, ni un puto sentimiento extra, ni ganas de llorar, ni deseos de subir el maldito cerro capitalino. Ya sé que todos van allá, que suben como borricos con sus buzos deportivos, y bicicletas y sus botellas energéticas o agua mineral, respirando el aire puro del cerro y de paso mirándose unos a otros, y admirándose de ser tan deportistas y entusiastas. Huevadas! A mi déjame en la cama hoy, que es en donde debiéramos seguir ejercitándonos, pero a mi modo, que es mucho más divertido y placentero. ¿Que no quieres? Ya sé, mi humor de perros te dejo fría como una tumba. Nada que hacer.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Im here again

     
        Si, estoy aquí de nuevo. Costó pero llegué. Los problemas del blog creo que los solucioné, al menos funciona, es algo.
        Qué ha pasado?  Nada nuevo bajo el sol, que el repechaje de la elección presidencial está de más todos lo saben, que entre la caca y la mierda no escojo. Definitivamente tenemos algunas cosas que hacer, quemar una micro diría Marcelo, tiempo sin verlo. Bueno, ya nada sorprende en esta vida psicótica que llevamos, paranoica dice una amiga mía. Llena de temores, angustias y soledades. Quién puede ser feliz cuando falta lo esencial?  Sorpresa, encanto, misterio. Este país perdió la alegría que nos ofreció transformándonos en cándidos ilusos. En realidad nos mintió, y lo sigue haciendo.
       Y no tenemos tiempo, no nos dejan tiempo. Más vale que hagamos algo y pronto, no hay mal que dure cien años ni huevón que lo aguante dicen por ahí.
       En fin, estamos de vuelta y aún de pie, lo cual le duele a algunos y entusiasma a otros. La vida continúa y seguimos dando la batalla. Salud por ello!

Llamadas del pasado


             
  -En ocasiones los teléfonos, o más bien las llamadas telefónicas, nos deparan sucesos inesperados, sorpresivos y de resultados absolutamente impredecibles-
                Las palabras filosóficas de mi amigo Húgo sonaban misteriosas como nunca en todos los años de conocernos. Me hablaba mientras bebía su café de pie apoyado en la puerta del dormitorio. El mío humeaba sobre la mesa acompañado de dos panes recién horneados, regalo de la dueña de la pensión que nos lo ofreció a modo de bienvenida.
                Lo primero que pensé fue en la suerte o coincidencia de habernos encontrado en esta ciudad de sur del País, pero luego me di cuenta que no era tan así. Era pleno invierno y habían pasado algunos años de no habernos visto. Él y sus negocios que lo absorbían por completo y yo y mi trabajo por el cual viajaba constantemente, de hecho mi estadía en este lugar era ya casi una costumbre. Casi siempre alojaba en el mismo sitio.
                A Húgo me lo encontré en la tarde cuando volvía a la residencia. Vestía de terno y corbata y un abrigo gris de lanilla que le cubría hasta las rodillas, le hacia parecer aún mas alto de lo que en realidad era. En ese momento intentaba encender un cigarrillo refugiado en el dintel de la puerta de entrada y al verme llegar me tendió su mano y me abrazó saludándome entusiasmado. Al poco tiempo estábamos ambos instalados en la habitación en la que dormía; Hicimos memoria de las mismas aventuras de siempre, que es la tradición o lo habitual en estos casos. Luego me dio los saludos acostumbrados de su familia y lo mucho que se acordaban de mí y después de recordar a una docena de amigos extraviados en el tiempo, me hacía este comentario que dejó instalado un largo silencio entre nosotros interrumpido solo por nuestros sorbidos de café y uno que otro bocinazo proveniente de la calle.
                Un reloj despertador, regalo de mi madre que me acompañaba a todas partes, indicaba recién las siete de la tarde montado en la única repisa del lugar. El frío que se introducía por entre las junturas de las viejas paredes de madera y la falta de calefacción hicieron casi obligatorio tomarnos el café mezclado con un poco de ron que llevaba siempre en una pequeña botella en un bolsillo de la chaqueta. No había muchos muebles, solo un par de viejas camas con colchones rellenos de lana natural que caían justo en el dormitorio, un velador  y dos sillas con una mesa pequeña en la salita de entrada. El piso de tablas rojizas oscuro, lucía limpio y encerado, aunque sin brillo y la débil luz amarillenta de la ampolleta que pendía en medio del alto cielo, daban un aspecto algo lúgubre al ambiente.
             -¿Te acuerdas de la lady “Pu”?, ¿La vecinita de la cuadra?- me preguntó al cabo de un rato.
                -claro que me acuerdo- contesté intrigado, por supuesto que era así, como olvidarla.
                -Pues la semana pasada me llamó a mi casa a Santiago-
                -¿Ah si?- musité aparentando indiferencia
                -así es amigo y me pidió que te buscara y que nos reuniéramos aquí-
                El fuerte viento aullaba entre el tendido eléctrico y arrastraba con él montones de hojas, algo de tierra y pequeñas ramas que se estrellaban contra los vidrios de la ventana en un cada vez más constante repicar. También arrastraba recuerdos. Todo esto mezclado con las primeras gotas de un temporal inminente.
                Bien sabía yo que mi amigo era muy dado a ser bromista e intrigante en sus conversaciones. El que se haya molestado en viajar a buscarme no era motivo suficiente como para creerle a pie juntillas, pues conocía su capacidad e imaginación para provocar hilarantes bromas como muchas veces lo había hecho, sin embargo en esta ocasión existía cierto matiz distinto, cierta pesadumbre en la cadencia de sus palabras, esa rara mezcla de urgencia y profunda filosofía que habían conseguido como nunca antes llamar poderosamente mi atención. Esperé entonces pacientemente a que continuara con su relato al mismo tiempo que una legión de recuerdos comenzaron a hacerse vívidamente nítidos.
                Me acordaba bien de la Corina. Era una graciosa y atrevida pecosita que por entonces tendría unos catorce años. Era la mayor del grupo de mocosos que nos juntábamos a jugar en la orilla del estero que pasaba cerca de nuestras casas todos los días de ese verano del 78, cuando no teníamos conciencia de las tragedias que inundaban al país en esos instantes. No sabíamos de ningún tipo de conflicto ni de mayores responsabilidades salvo divertirnos y pasarla bien. En realidad lo único que nos importaba por entonces era competir por los favores de la Corina en tal o cual proeza, tratando de ser un héroe ante sus ojos y soñando con ser el elegido para descubrir luego el latido incesante que inundaba el estómago o los primeros dolores que apretaban el corazón cuando la elección no nos favorecía. Con Hugo tendríamos unos trece años; Peleábamos y competíamos por el cariño esquivo de ella, la cual para motivarnos nos brindaba la mas sublime de las miradas con ese par de ojos pardos que abanicaba con unas largas y crespas pestañas, prometía entonces llevar al ganador tras las paredes del viejo establo en donde le mostraría ciertas partes privadas que nos volvía locos de solo imaginarlo, además de acompañar sus palabras con un suave roce de sus labios que casi siempre sabían a dulces o a fruta fresca.   
                Ella siempre fue la más bella y admirada. Conciente de aquello, sacaba provecho, aunque no lograba por entonces comprender en que forma. Con el tiempo comprendí que se trataba sólo de la búsqueda desesperada de cariño y ternura, cosas que en su casa de ninguna manera había, un lugar del todo inhóspito, en donde su madre trabajaba todo el día lavando ropa a los vecinos y no prestándole ninguna atención. Con un padrastro que la mayor parte del tiempo estaba sin trabajo y que apestaba a licor barato y que también le dirigía constantes y lascivas miradas, cosa que provocaba la rabia de nosotros. De todo esto nos dábamos cuenta, entonces ideábamos mil formas para atacar al padrastro de la Corina. Muchas veces nos descubrió y comenzaba una escapada por entre matorrales y arena, perseguidos por el viejo que casi siempre traía una varilla de ciruelo con él y que muchas veces nos dio con ella por nuestros espinazos, pero luego de cruzar el estero estábamos a salvo y recibíamos los besos y abrazos de ella, que eran nuestra mejor y merecida recompensa.
                Húgo se encontraba cerca de la ventana y observaba a algunas personas que se protegían de la incipiente lluvia debajo de un gran pino que parecía abrazarlos con sus gruesas ramas, de hecho los árboles desnudos de hojas se encorvaban por el peso invisible que depositaba sobre ellos la furia del viento. La casa crujía y el frío se hacía cada vez más intenso. 
                El que mi antiguo amigo me hubiera buscado por motivo de la Corina, no me había sorprendido del todo, quizá porque ambos quedamos para siempre ligados a aquella mujercita. No se quién más de los dos, aunque siempre quise suponer que lo que yo tuve con ella fue lo más importante, que no podía haber comparación. Sin embargo con el tiempo fue el Húgo quién ganó la partida, y según las historias que me contaba, mucho más que un simple juego.
                 La niña de mis sueños destruida sicológicamente de pequeña, abusada y herida en el alma. Buscó desenfrenada en otros brazos y camas, en calles oscuras de ciudades frías, el calor y la alegría de un abrazo con ternura que siempre le fueron esquivos.
                Yo también tuve algo con ella. Me enseño a amar por vez primera, luego de todos esos juegos de niños de conocernos e investigarnos, cuando ya casi habíamos dejado de serlo. Fue uno de esos días fríos de Junio que llegan luego de las lluvias. Me acuerdo que estaba sentado en la cocina tomando una leche caliente, mi madre estaba en su trabajo y la tarde se hacía interminable sin nada que hacer. Entonces la vi aparecer doblando la esquina dirigiéndose hacia donde yo estaba. Traía un grueso gorro de lana que apenas se equilibraba sobre su cabeza empujado por una veintena de rabiosos rizos que luchaban por liberarse. Vestía una falda algo corta para el frió reinante y medias largas que se perdían a la altura de sus muslos, calzaba unas botas algo gastadas y embarradas en las puntas, chaqueta de mezclilla verde un numero mas pequeño de su talla que la apretujaba en un estrecho abrazo. No la había visto hacia varias semanas ya. Su hermano era el que me hablaba de ella, me decía que estaba estudiando en Santiago y que como le faltaba el dinero, también trabajaba, era por esto que solo viajaba los fines de mes. Con el tiempo supe que nada de aquello era verdad.
                Se aproximó corriendo y a medida que lo hacia, pude apreciar sus ojos pardos llorosos y su mejilla izquierda cruzada por un cordón violáceo que supe ardía con mucho dolor en ese momento. 
                Me levanté de la mesa y le abrí la puerta permitiéndole la entrada. No me dijo nada, sólo me abrazó muy fuerte mientras su pecho y sus hombros se estremecían en silenciosos sollozos. Respondí a su abrazo mientras olía su pelo que cubría mi cara. De ella se desprendía un aroma tibio que comenzó a invadir mis sentidos. Echó su cabeza hacia atrás y me miró a través de sus lágrimas, luego despacio puso su boca sobre la mía y me dio un beso suave y tierno que poco a poco se fue transformando en uno salvaje, casi desesperado, anhelado en noches en vela pensando en sus ojos y su risa alegre. Recorrí su espalda con mis manos  torpes y baje hasta sus piernas que en ese momento estaban frías y temblorosas. Luego introduje  mi mano allí, donde tantas veces soñé hacerlo y sentí un quejido complacido que respondía a mi deseo. Su cara sonrojada y su silueta desnuda que se iluminaba por los destellos dorados de la estufa a leña adosada a la pared a nuestras espaldas, fue la imagen que acompañó mi memoria por mucho tiempo. Nunca más la volví a ver. Supe con el tiempo que ella se había marchado al norte, que recorría burdeles de categoría y que era una de las más apreciadas por su suave belleza; También me contaron que estuvo presa algún tiempo por la muerte de un cliente de aquellos lugares y que luego de aquello se alejó definitivamente de aquella vida y que tenía un negocio cerca de Santiago, eso era todo lo que sabia de ella. El recuerdo de ese amor juvenil se fue espaciando en el tiempo hasta casi haberlo olvidado. La vida nos reserva nuevas historias que hacen olvidarse las antiguas, hasta ahora por culpa de mi amigo Húgo.
                La espera de Corina se volvió en cierta medida la excusa perfecta para hacernos un mea culpa por nuestro abandono indiferente, por la vergüenza ajena, por el aprovechamiento del candor que emanaba de ella y nuestro olvido miserable. Húgo me mira serio desde lo alto de su metro ochenta. Sé que piensa lo mismo que yo y esta aquí por ese mismo motivo, tal vez en alguna noche de juerga con sus amigos el alcohol le paso una mala jugada, le recordó lo maldito que había sido con ella y ahora estaba aquí para espiar sus culpas conmigo y necesitaba mi ayuda para encontrarla. Por que era eso en el fondo, la supuesta llamada nunca existió, quizás solo en su conciencia atiborrada de licores entremezclados y el abrazo de alguna que le hizo recordar a aquella nuestra adorable muchachita. Húgo quería que la buscáramos, más que una solicitud era un ruego. No podía dormir pensando en lo que le hizo, porque fue él el que la hizo prostituirse. En aquel tiempo se marcharon juntos a Santiago, ella lo había seguido enamorada hasta allí y mientras él estudiaba, ella se encargaba de la pieza que arrendaban e incluso trabajaba cuando faltaba dinero, limpiaba mesas en algún restaurante y hacía aseo a las otras piezas de la pensión. Pero las cosas no resultaron como las habían pensado. A Húgo le empezó a ir mal en sus estudios y a modo de excusa culpó a Corina por ello. Las discusiones se hicieron habituales. Ella lloraba sentada en un rincón y él se iba al bar de la esquina a emborracharse y gastarse el poco dinero que ella conseguía en  sus trabajos. Al poco tiempo la echó a la calle, le dijo que no podía mantenerla más cuando en realidad era todo lo contrario. Un día tomo su pequeño bolso y se marchó por esas calles de dios y no la volvió a ver. Ahora venía hasta mi con burdas mentiras con el único afán de confesar sus culpas. Algo extraño todo esto, ya que me sentía igual de culpable. Apuramos nuestros cafés y decidimos ir en su busca. El tenía cierta información, el último lugar del que se suponía tenía residencia era en esta ciudad y hacía allí dirigimos nuestros pasos.
                   La calle iluminada profusamente por focos anaranjados era manchada por fantasmagóricas sombras desprendidas de los árboles de la avenida que a esa hora llevaba mucho tráfico. Vendedores de alimentos calientes que se situaban en las veredas, eran asediados por varios compradores al paso para combatir de alguna forma el frió y la espera de la locomoción. El agua de un grifo abierto calle arriba, corría por las orillas de las calles en forma de diminutos riachuelos que arrastraban decenas de basurillas y papeles que se despeñaban por agujeros enfierrados en el piso. Caminamos de prisa esquivando las personas que nos cerraban el paso. El lugar quedaba cerca, a escasas dos cuadras. A medida que nos acercábamos un sentimiento angustioso comenzó a invadirme, un nerviosismo inevitable y la sensación urgente de saber como estaba, que es lo que hacía ahora, tendría hijos quizás o tal vez estaba sola viviendo de recuerdos. Fueron miles de pensamientos que intentaban de alguna manera explicar lo inexplicable. Construir un pasado desconocido acerca de quién no se sabe nada.
                Llegamos a la puerta de la pequeña casa ubicada a la mitad de un callejón  algo oscuro. Era una construcción vieja. La pintura se descascaraba de sus paredes y un par de vidrios de la única ventana fueron remplazados por prácticos pedazos de polietileno. A la entrada un perro que estaba en los huesos no se molestó en ladrarnos y luego de echarnos una mirada indiferente, se acurrucó de nuevo y continuó durmiendo.
                Húgo llamó a la puerta y una voz suave de mujer pregunto:
                - ¿Quién es?-   Es ella pensé
                La puerta se abrió lentamente y una muchachita de unos quince años se asomó con sus ojos pardos interrogantes y su cabello crespo agitado por el viento.
                -Buscamos a Corina- pronunció Húgo mirándome aún impresionado por el parecido.
                -Está allá atrás, síganme- respondió la muchacha y se fue corriendo por el costado de la casa.
                El pasillo algo estrecho estaba sembrado de musgo y pasto por doquier. Varios jarrones y hasta algunas ollas viejas servían de maceteros para almacenar algunas descuidadas plantas que se extendían en dos hileras a nuestros costados. Al final de este camino se abría un amplio patio cruzado por sendos cordeles en donde pendían una que otra prenda de ropa. Debajo de un pequeño techo había un hombre algo mayor, con barba de varios días que bebía a pequeños sorbos de su vaso de vino. La botella la ocultaba entre sus piernas. Estaba sentado en una especie de sillón de mimbre que a falta de una pata le agregaron unas tablas para equilibrarla. Al fondo y en la esquina, había una mujer afanada trabajando sobre una tabla de amasar. Sobaba la masa con sus manos delgadas y sus brazos algo morados por el frío. Su cara ajada y su pelo mustio atado en un moño sin muchas pretensiones, se estremecían con cada movimiento y pareciera que nunca iba a acabar. Era una especie de eterno vía crucis con su espalda encorvada y sus pies en el piso  húmedo. Cuando llegamos nos miró por el rabillo del ojo, pero no se molestó en dirigirnos la palabra, aunque estoy seguro de que si nos reconoció. Mientras la muchachita caminaba hacia el lado de su madre. Por un momento me pareció que el tiempo retrocedía y allí estaba la Corina para que la rescatáramos y huyéramos de este lugar. Esta vez para siempre.
                La voz del hombre, que también había seguido a la chica con su ebria mirada, nos preguntó:
                -¿ A quién buscan uds.?-
                -Disculpe señor, pero creo que nos hemos equivocado- dijo Húgo y acto seguido nos dimos media vuelta y nos volvimos hacía la calle.
                El camino de regreso a la pensión lo hicimos muy despacio, pese a que la lluvia ya se dejaba caer con fuerza, cada cual ensimismado en sus pensamientos. No nos dijimos nada, ni siquiera al despedirnos. No hacía falta.


            

Bitácora de un Domingo en la noche


Llamadas que sorprenden a las tres de mañana. Dónde estás cabecita loca? Me llama de La Serena con esa verborrea incontinente tan propia de ella. Alguna vez fuimos casi amantes, bueno, yo quería, pero ella dijo que no se apiadaría de mi soledad crónica por el único hecho de que con tipos como yo ella se enamoraba y eso no estaba en sus planes, al menos no hasta que se envejeciera, quizá allí me llamaría o tal vez nunca. Bueno, así es la vida decía mientras se empinaba una botella, armaba un porro y tecleaba su teléfono. Siempre pegada al maldito teléfono. Era su obsesión. Me cuenta de su vida, del maldito trabajo y de las elecciones. Que por quién votaré? No tengo la más puta idea le respondo. El circo está aburrido y el final ya no sorprende, la gente anestesiada y la vida muy dura como para prestarse al jueguito le digo. Si me propones una cosa buena hagamos algo, pero si no, no me hables huevadas concluyo. Ríe como loca, tu como siempre tan hijo de perra me dice cariñosa. Ella es así, insulta tiernamente, y eso me gusta. Bueno cada cual con sus gustos no? Me dice que se viene de vuelta a la capital, que se aburrió del aire puro y el carrete playero. Que los huevones se pusieron densos con tanto rollo existencial en el valle del elqui y que se morirán esperando el encuentro cercano místico en el que se gastaron un cerro de plata, misma que se le acaba y que su tío benefactor ya no estaba con ganas de seguir subvencionando su estadía por allá, así es que se venía y me preguntaba que en dónde estaba, si tenía un sitio en donde dormir y que a que grupo cultoso asistía para llevarla a armar ataos y guerrillas poéticas. Que a ella le encantaba el hueveo y que no me sorprendiera si se aparecía por mi depto un día de estos. Luego cortó y no volvió a llamar.
Y aquí estoy mirando por la ventana temiendo que en cualquier momento aparezca con su maleta de cuero de los setenta y su bolsito artesanal con su provisión de porros, un cuaderno de garabatos poéticos y un espejo para maquillar las arrugas de mierda que la atormentan.

              

jueves, 25 de abril de 2013

Deja Vu


Hay recuerdos que hay que dejarlos como tal. Es preferible revivirlos cada cierto tiempo a sufrir la decepción de los cambios producidos por los años. Como los amores de juventud por ejemplo, o los paisajes que observábamos de niños.
                 Con esto de la conectividad total, me he visto arrastrado a entablar conversaciones con personas que creía perdidas en la nebulosa del pasado. Amigos y villanos todos juntos revueltos en una mirada afectuosa por el esperado reencuentro. Por supuesto con la consabida historia de por medio. Cuéntame qué fue de los casados, separados y hasta de los muertos. Qué haces, en dónde vives, tienes hijos? Bah!  Y entonces surge la enorme decepción de descubrir que aquella belleza de nuestros recuerdos, la muchachita de la casa de enfrente que aparecía en mi memoria cada cierto tiempo trayéndome retazos de tiempos que fueron mejores sin duda, con la capacidad amatoria infinita de un corazón algo inocente. Esa preciosura  había mutado en una enorme mujer con varios hijos a cuestas y con la luz soñadora de sus ojos reemplazada por el cansancio, la desilusión y la madures terrible de los años. En estos términos me carga la modernidad. La destrucción del recuerdo, el hacer añicos sueños de juventud y confrontarlos con la realidad actual es la desconstrucción de nuestros sueños. El fin de la magia.

viernes, 22 de marzo de 2013

Bitácora de Viernes.


No he podido escribir. De pronto la precariedad de mis palabras optó por no decir nada. Sucede que el asombro de las cosas tornose una escuálida línea recta conducente al mismo sitio. La culpa es del tránsito rutinario de los días que disipan la substancia emotiva. No consigo apreciar la pasión perturbadora. Pareciera que aquí no pasa nada lo cual es una aseveración espantosa por sí misma. El asunto se ve complicado. Es como el suicidio anónimo del creador, anímico quizá.
No he podido escribir y el espacio en el papel reclama el grabado visceral del lápiz inerte sobre él. No he podido escribir y los intentos yacen dispersos por el suelo. El que está junto a la puerta se intitulaba “El inadvertido” y trataría de la intrascendencia y los silencios de un hombre común, de nombre y vida sustantivamente comunes que desgraciadamente ya no tiene nada que decir. El arrugado en el papelero hablaría de los apetitos insatisfechos de una solterona demasiado dama y conservadora para dejarse seducir por ellos, incluso de tanto pudor le fue imposible contar su historia. Y el de la mesita lleno de borrones, sería un manifiesto poético que plantearía lo inútil de la sociabilidad ante el beligerante caos individualista que nos embarga, demasiado individualista en verdad.
Pero han sido en vano, apenas unos suspiros y luego nada. Nacieron muertos. Parecen lápidas sobre tumbas vacías. Y en esa búsqueda frenética de las musas creadoras, recorro con la vista las paredes, el piso sucio, el papel y un pedazo de cielo en una foto antigua, y la inspiración no llega y pienso que no quiero más pensar, al menos no por hoy.

jueves, 21 de marzo de 2013

Locos yo, tu, él...




       Los locos son peligrosos. Primero, porque nadie sabe como diantre reaccionarán frente a determinadas circunstancias. Segundo, porque no existe un tratamiento lo suficientemente confiable que garantice su real integración a la sociedad, entendiendo por esto, su “normal comportamiento” y tercero, porque nos aterroriza la sola posibilidad de volvernos como ellos.
¿Qué desastroso minuto es aquél en que la locura decide apropiarse de la mente y mandar todo al diablo?, ¿Qué intrincado pensamiento logra desvirgar nuestro cerebro y hacerse preguntas extrañas tales como si acaso el silencio de Dios no es la prueba definitiva de que no existe?
Algo así puede llegar a ocurrir y no es extraño que ocurra en momentos de intenso dolor y angustia, es más, creo que las tragedias gatillan la aparición de la enajenación, tal ves por la impotencia que se enclava en el alma y se asoma por la mirada. Cuando no hay nada que hacer y los rezos ya no alivian. Entonces, ¿qué hacemos?. Solo dejar de luchar, dejarse ir en un torrente caudaloso, abandonando todo pudor y cordura, porque ya no sirve la sensatez esclavizante que a nada conduce y que aturde e insensibiliza, aquella que se ha mecanizado en una especie de servidumbre para tal o cual deseo u acción. Observando inmóvil, eternamente, como se acaba la vida, como te mueres.
       Los locos son peligrosos, más que nada porque nos muestran la realidad que no queremos ver, quizá sólo porque no nos gusta cuestionarnos mas allá de lo “permitido”o tal ves porque alteran nuestros ordenados esquemas de vida. Resulta desconcertante discutir con un loco, ya que en una de esas puede que nos puteen la religión que profesamos, la patria en que vivimos y hasta a la madre que nos parió, aunque claro que esto hoy en día es bastante común, lo cual demuestra en cierta forma de que éste es un mundo lleno de locos o en vías de serlo.
Son tan imprevisibles, especialmente aquellos que andan sueltos por ahí enunciando descabelladas y hasta siniestras ideas a diestra y siniestra sin el mas mínimo pudor.
Y en el fondo nos duele, nos molesta y hasta nos da envidia el no poder tener esa infinita indiferencia de la locura, esa suprema sagacidad y poder para tocar sensibilidades intocables, el desmadre irresponsable sin culpa que espiar ni explicaciones que dar, sólo porque estamos locos.


Paradero conocido

     En la plaza Cóndell de Iquique, también en la esquina y a las afueras de una farmacia se le suele encontrar. Los pies descalzos e inmundos. Apretujado por una frazada de irreconocible color que trae sobre sus hombros y que cruza sobre su pecho cual símil de emperador romano en decadencia; Con su pelo largo desgreñado y una abundante barba canosa, es el cuco con que asustan a los niños las viejas prejuiciosas en sus idas de compras al supermercado. Maloliente por completo y enarbolando casi siempre en su mano derecha una infaltable botella de plástico, rellena con quién sabe que misterioso líquido descolorido. Con la cara sempiternamente adornada por una estúpida y pusilámine sonrisa, y finalmente con sus ojos oscuros irritados, enrojecidos por la bebida, su habitual medio de combatir el frío de las noches a la intemperie.
       Nadie sabe como llegó a esa condición, de donde era, ni como se llama, ni si tiene algún familiar o amigo que pueda hacerse cargo de él. Tampoco se sabe su edad exacta, aunque se calcula tenga unos cincuenta años, sin embargo dado su lamentable estado, es posible que tenga muchos menos de los que representa. Más de alguna alma caritativa, de esas que abundan en instituciones dedicadas a la repartición de alimentos para los “seres” de la calle, le ha preguntado su nombre, pero éste les ha respondido con enormes risotadas que revelan un alcohólico aliento y denotan una desvergonzada burla para con estas personas. Lo cual me lleva a pensar de que en su enajenado mundo, existe aún espacio para la ironía y la comprensión del medio social que habita.
       Por lo general éste es un loco pacifico, Que se sepa no ha atacado nunca a nadie, no obstante se le mira con recelo y se opta por cruzar a la acera de enfrente cuando uno se lo encuentra en su camino. Lo que sí se sabe, es que es un lujurioso de marca mayor; Dotado de una considerable y desinhibida anatomía, suele desnudarse de ves en cuando ante el paso de alguna bella mujer para mostrarle sus encantos, lo que redunda en histéricos gritos de la dama en cuestión, de llamadas de auxilio y las infaltables risas de los curiosos testigos de siempre. Todo termina ante la llegada de la ley que decide llevarse a nuestro pobre loco tras las rejas por unos días para apaciguar su exacerbada pasión y de paso librarnos de su desagradable presencia, aquella que nos asusta, que nos recuerda lo frágil de nuestra supuesta normalidad y la que nos revuelve el estómago de solo imaginar vernos en semejante situación.

Adiós vidaloca

       No salió en las noticias de la radio ni en el obituario del periódico local. Tampoco se comentó en el regado asado del fin de semana recién acontecido, no era tema. Sólo me enteré de casualidad cuando una amiga enfermera me dijo del indigente encontrado muerto en la estación y de la posibilidad cierta de irse a la fosa común, pues no existía nadie que reclamara su cuerpo. No tenía ninguna pertenencia de valor, ni siquiera alguna identificación con su nombre escrito, que era lo que mas la preocupaba, como si el hecho de que no tuviera nombre implicara que nunca existió, pero cuando sus ropas iban a ser incineradas, de entre el bolsillo trasero del raído pantalón, resbaló una pequeña y grasienta libreta con sus páginas arrugadas escritas con un pulso tembloroso, la misma que tenía y hojeaba ahora entre mis manos. Entonces le sonreí a mi amiga y le dije. Ese hombre era alguien, aquí está la prueba, y le mostré la libreta llena de poesías.

martes, 5 de marzo de 2013

Bitácora olvidada.


   La guerra y sus horrores son sistemáticos y periódicos. Tiempos de paz no existen. Creo que siempre, en cualquier tiempo o lugar, a mayor o menor escala, siempre se está librando alguna guerra. Las razones para iniciarlas son innumerables como las víctimas resultantes de ellas. Independiente de los motivos, confieso cierta indiferencia a involucrarme en una postura beligerante. Puedo asegurar que no es por tener una postura cómoda, menos cobardía. Más bien es cierto sentido común, cierto realismo atroz que me paraliza. Existen tantos personajes de una tendencia u otra dispuestos a volarse la cabeza que intuyo que la mía es más útil en otra instancia creo yo. Y no es una falta crónica de valores, ¡claro que no! Mis ideas están lo suficientemente claras referentes a cómo vivir en este mundo, pero dado el estado actual de las cosas, no llevarían a ninguna parte. Sucede entonces que la desidia frente a ciertos hechos genera fastidio por ciertos grupos de sangre “rebelde” que enarbolan banderas y cánticos arcaicos, es más, confieso que he recibido hasta puteadas de algunos por no adherir a tal o cual causa revolucionaria, incluso me han tildado de fascista, cosa nada más alejada de la realidad.
   Y acá estás tú tratando a toda costa  de convencerme de participar en esa especie de funa al poder judío en Chile. En principio tu idea consiste en una manifestación frente a la embajada de Israel. Después vendrán una serie de acciones tendientes a desenmascarar el poder real que sustentan en el país. Y te digo que me parece que la ocurrencia es demasiado rancia y de los posibles resultados, léase provecho que se obtendría de ello. ¿Se va a detener la masacre en Gaza por ejemplo? La verdad es que lamentablemente no está en nuestras manos. ¿Quién gana con todo esto? Hay miles, óyeme bien, miles de individuos, hijos de perra inescrupulosos que sacan provecho de una guerra y esta no es la excepción. Desde el simple creador de una cuenta en Facebook que hable del tema ve aumentada sus visitas a su página y en consecuencia sus posibilidades de ofrecer a más gente lo que tenga que ofrecer, hasta el traficante de armas, las transnacionales farmacéuticas, constructoras que reparan los daños y bancos que las financian. Todos ellos se llenan los bolsillos a cuenta de miles de muertos, miles querida amiga.
Creo que es este el asunto que más me molesta. El beneficio de los que están detrás manipulando el asunto. ¿Cuántas veces ha sucedido?, ¿Cuántas más seguirá ocurriendo? Todo a cuenta de unos valientes idealistas que mueren como moscas. Siempre detrás de una lucha hay una tropa de buitres manipulando a los rebeldes esperando el final para darse el festín. Pregúntale a los “actores secundarios”, ¿recuerdas la película? Esos que se multiplicaron por todo el país, pregúntales que consiguieron luego de luchar aperrados en las calles para conseguir nuestra patética “democracia”. Pienso que de actuar debiera ser contra esos hijos de puta que están detrás, ¡ahí te apoyo de inmediato!
El asunto me complica te digo, me enrabia más bien, ¿Pero qué podemos cambiar nosotros? Aparte de saborear instantes de un sueño idealista, hippiento tal vez. Estamos condenados al fracaso y al olvido que a fin de cuentas es nuestro triunfo porque ningún hijo de perra nos los puede quitar.
   
Mi amiga sonríe y cambia los cafés por tragos dobles para seguir olvidando.

lunes, 11 de febrero de 2013

En la calle.

           


           Hace tiempo no duerme bien. Prueba con algunas pastillas, pero ya no le hacen nada. A veces tiene poca importancia, otras en cambio es su perdición. La noche le juega malas pasadas, poco ron quizá, falta de porros, vino, esperanza, eso!  Es la maldita esperanza que se desvanece. Pablo juega al chico rudo, toma sus tragos al seco, fuma con el cigarro colgando de la boca y es un hijo de puta verdadero, al menos es lo que le dice ella y él le cree. Es la única que le da algo en que creer. 

            Se me apareció de pronto con su cara destrozada. Me cuenta que se había unido a unos anarcos de La Florida y que iban a dejar la cagá con este estado de mierda. Que ahora venía arrancando de una marcha y que se había "echado" unos vidrios de un banco y que los pacos lo pillaron y lo reventaron a palos. Hay cosas que entiendo, otras no tanto. Pablo no quiere saber nada de política, ésa le apesta. Son todos unos maricones vendidos dispara apenas hago la pregunta, le da una pitada al porro y me confiesa que adora a su chica combatiente. No tiene miedo dice, en realidad lo que lo asusta un poco en verdad, es que le pase algo a ella. Estamos sentados en una plaza y la gente nos mira, en realidad más a él. El bicho raro es él.

lunes, 4 de febrero de 2013

Bitácora de un Domingo por la noche.


 En San Antonio me están horrorizando el paisaje. Desplazarse es un infierno por estos lares, todo esto producto de la modernidad que llega para quedarse me dicen, una mierda más pienso, porque la creatividad la tienen conectada al culo, y ni hablar del paisajismo, y ni de hacer el territorio más amigable para quienes lo habitamos, los que andamos a pie, o en bicicleta. La supuesta modernidad es sólo un negocio de los mismos pocos de siempre, importándoles por cierto, bien repoco lo que pensamos los otros mismos hartos de siempre. La plaza, la vieja plaza de Llolleo por tantos años abandonada, esa que acunó mis conquistas adolecentes y que me ocultó a medias de la ley y sus detenciones por sospecha entre algunos árboles que ya no están, y que a los que quedan continúan cortándolos. La plaza peligra en manos de estos inoperantes. Es como si quisieran borrar de golpe el pasado. Algo les aterra a estos ingeniosos. Es que la culpa los carcome y desean hacerla desaparecer llenando de bloques de cemento la mirada. Endureciendo el paisaje. Pero la culpa no se va, aguarda agazapada siempre ahí y los corrompe y pudre sus entrañas. Como los ex soldados conscriptos de tejas verdes y sus secretos que recién ven la luz. Conozco a uno de ellos y sé de lo que hablo.
Viajes y más viajes, esto no para y el tiempo se hace cada vez más mínimo. En uno de mis paseos por el centro me topo con Mellado, este año se viene perro me comenta, San Antonio está que arde y es una obligación ser partes de ese incendio. Lo veo alejarse en su bicicleta que dice en un cartelito “Un auto menos”, Marcelo se vuelve cada vez más ecológico pienso y sigo mi camino, más allá la plaza y las cintas de peligro, y las máquinas destrozando las calles y el ruido, mierda, olvidé la cámara. Mientras escribo mi hijo me conversa. Hay un trabajo por algunos días en un crucero en Aysén. Anda le digo, es mejor ir que quedarse decía mi amigo Paul Ritz, sepa dios donde mierda está ese loco ahora. Mañana nos vamos a Concepción y de ahí a Yumbel. Hay deudas que pagar, y no hablo sólo de las económicas. Después no sabemos, hay sólo posibilidades, Padre las casas, Aysén, el infierno... Bueno, en ese ya he estado.

martes, 29 de enero de 2013

EGOZOOM


                             



Yo ese cruel individuo. Dícese de quién maltrata, miente y goza con ello.
Yo inhumano, vulgar y cobarde. Un bosquejo de hombre en blanco y negro.
Yo patético discípulo de quien me sembró siglos hace.
Duele Prach dice murmurando
Yo burlesco y arrogante, contagiado de realidad extrema.
Hablando claro
Viendo lo terrible que es toda esta mierda que es igual a la tuya y a la tuya, y a  la...
pero que no divisas
Yo si
Yo pelafustán irreverente, mediocre e iletrado
armando frases entre la noche y el llanto
Yo cobarde ¡si! Muy cobarde en verdad.
Lleno de olvidos y precariedades
Un sujeto olvidable sin duda, pero que odia
tamaña demencia
Yo prófugo de fantasmas inquisitivos de este lado de la luna
que no es el tuyo
Yo sin nada más que aportar
con la conciencia lista
pero no nítida
Yo sorpresivo e incorregible, que le voy a hacer
Inmutable a tus ruegos
Yo que no creía
un vástago irresoluto si me lo preguntan
descompuesto y diezmado
Yo que nunca creí, ni pensé en hacerlo
y he aquí el sinfín de la cuestión
Yo haciendo memoria para adelante
que ni mis pares entienden tan ridícula expresión
Yo anclado a la vida de tanto esperarte
Yo te amo.