miércoles, 11 de abril de 2012

Bitácora del Sábado

                                                              

         La noche de anoche y sus consecuencias. Siempre sucede lo mismo, que los tragos de más y la beligerancia presente. El no soportarse ni un segundo más. Yo lo suponía. Hay cosas que no cambian y lo básico es prevenirse de la debacle que viene en curso. Nos refugiamos en nuestro rincón y observamos.  Los acontecimientos se suceden unos tras de otros sin pausa y se van desenmascarando las intenciones de cada cual. Que la gorda era más candente de lo habitual ya me había dado cuenta y de seguro los animalejos que estaban con ella no cejarían hasta obtener el objetivo aquél. Que ya van demasiados días en estos lares y se extraña una piel sedosa, aunque para mi gusto, la gorda no cumplía ninguno de mis requisitos.  ¿Será que de verdad estos tíos son más animales de lo que había pensado?
       Mi vecino de dormitorio pronuncia chuchadas por lo bajo. Es comprensible. El rucio, el Jorge y la gorda tienen una trifulca de los demonios. Ahora bailan y se empinan la tercera  botella. Yo me concentro en el maldito texto aquél, que dos hombres colgando de un puente, que un diálogo existencialista que no me llega y como que esta cosa se me está haciendo más espesa de lo normal. La gorda grita, aulla moviendo sus tremendas nalgas y yo enciendo un cigarrillo. Esta va ha ser una noche larga.
       Los Domingos son tranquilos, por eso es que aprovecharon. Los dueños casi no vienen y el jefe se fue de farra así es que estaba todo dispuesto. Cuando la vi llegar supe del tipo que era. Un poco belicosa por decir algo, experta en sacar celos y los tipos que son marionetas ebrias al lado suyo. Presentí un final de página roja y se lo advertí a la dueña del hostal, pero esta, preocupada más de las lucas que le caían extras, desoyó mi advertencia y la juerga tomó cuerpo.
      Con frecuencia me sucede que me preguntan por mi escritura. ¿Por qué no has escrito últimamente?, ¿Cuándo publicas?  Sucede que no es tan fácil. No es un asunto de falta de ideas, tampoco de sensibilidad necesaria. El problema es el tiempo y la tranquilidad. ¿Quién demonios puede escribir cuando cada diez minutos se acerca algún tipo ebrio a ofrecerte un trago que no quieres y a hablarte incoherencias al lado de tu cama? Las realidades que nos embargan son tan disímiles y desconocidas que no resulta fácil opinar de buenas a primeras acerca de otros.
      Justo al ir al baño lo vi caer. El Jorge, botella en mano,  mira al rucio tirado bajo la mesa de pin-pon, misma que sólo se usa para albergar botellas y vasos.  La dueña del hostal grita, se tira el pelo y amenaza con llamar al retén. Yo tomo al Jorge y lo aparto.  La gorda llora y acaricia el pelo del rucio inconsciente en el suelo. Se me escapa un bostezo. Ya son las cinco de la mañana.