sábado, 10 de septiembre de 2011

Lectura poética en el Pussybar


Habiéndose dispuesto las mesas con manteles colorinches de dudoso diseño, lo cual hacía más chabacano el asunto, se consideró lo último como parte importante del objetivo dispuesto por las personalidades creativas del coloquio. No faltaron las consabidas cepas de tinto y blanco indefinidas, ambas envasadas en cómodas cajas con caricaturescos felinos en promoción a precios modestísimos. Teniendo en cuenta al atentísimo garzón con las mangas de la camisa dobladas hasta los codos y ataviado con una negra humita torcida, equilibrándose bajo la barba candado, que entre otras cosas indescriptibles, ocultaba en parte su infausta papada. Teniéndose dispuestas también las luces de colores, aunque todas fijas, sin parpadear, para no enloquecer más al auditorio y todo a partir de la diligente petición del encargado de la escaramuza poética. Habiéndose realizado el primer brindis con un licor dorado incestuoso mezclado con la bebida cola original y encendido una hilera de cigarrillos y más de algún petardo pecaminoso que semejaban inquietas luciérnagas en las manos de sus poseedores y que al cabo de un rato inundaron el espacio de columnas ondulantes que ascendían hasta el techo. Habiéndose considerado todas estas minucias y otras no dadas a ser mencionadas en primeras líneas y considerando que por fin se pudo mantener al auditorio en silencio, percance que Dante, mi impertérrito amigo sentado a mi izquierda, me advirtió en la víspera de los preparativos; Se procedió a leer la primera andanada de versos.

Inició los fuegos el poeta Riquelme, hombre ducho en estos menesteres, especialmente si se trata de hablar de cabarets o nigth clubs, como se dice ahora, pues bien, declamó el hombre acerca de su experiencia con una joven meretriz, muy joven, que había conocido en Valparaíso allá por los 80’, cuando el vate de sienes plateadas y voz algo carrasposa, recién comenzaba su aventura bohemia-poética, cosa que por lo demás continua haciendo metódicamente. Fue terminal su pasión por tan preciosa criatura. Viajaba esta de puerto en puerto mientras duraba la estadía en el país del capitán extranjero, aquél que la contrataba para saciar sus pasiones privadas. Riquelme aullaba que la siguió, sin pensar en consecuencias, sin prever en los daños primarios del corazón, ni secundarios de sus bolsillos planchados, vaciados por ella a esas alturas.

Ante cada verso irónico, sarcástico, pero doliente y atormentado del compañero Riquelme, se escuchaban esporádicos aplausos o sonoras carcajadas. Desde mi posición privilegiada, pude observar la aparición de cerca de media docena de “señoritas” dependientes del local en cuestión. Se fueron acomodando por los costados de la sala, cerca de las cortinas, en las mesas mas alejadas y pude hasta percibir cierto brillo atento en sus miradas; También pude ver a una pareja de ebrios, y cuando hablo de pareja me refiero exactamente a un él y una ella. Ámbos se acurrucaban uno al lado del otro, escuchando atentamente con sus mentones apoyados sobre el pecho. Acabó luego el poeta Riquelme bajo un fuerte aplauso, silbidos, más de algún salud y hasta un grito de “grande compañero”, lo cual ya era mucho a mi modesto entender. Correspondió entonces su turno a la poeta Emily, la cual nos tiene acostumbrados a sus melodramáticas representaciones y de seguro esta noche no nos defraudaría. Era ella muy delgada. De pies pequeños y carita angelical, y era plana, es decir, lisa cual tabla de planchar, lo que consideraba una contraposición al apasionamiento imbuido en cada sílaba y gesto de su invocación,(solía llamarlas así pensando en que cada recitación era un llamado al reposo de los fantasmas propios que nos atormentan). Su voz de tóno débil, que describía letanías quejumbrosas a la medianoche por los ausentes, por amores impropios, descalabrados, cruzados de lascivas experiencias y soledades húmedas y expectantes; Se alzaba vibrante, ignorando la presencia de público alguno, así como del lugar en que estábamos; y con la aguerrida fuerza de sentirse poseedora de la matriz negada a mi género. Orgullosa de aquello, incluso algo despiadada en cierta forma hacia nosotros, pero sin caer en el burdo feminismo, lo cual agradecíamos, especialmente Dante, que es, en sinceras palabras, un machista de mierda y que la poeta Emily tiene entre ceja y ceja hace bastante tiempo, y que al cual, por lo que pude observar, iban dirigidas todas aquellas líneas. Mi amigo fue entonces blanco de algunas miradas cómplices y yo procedí a darle un codazo para que se enterara, pero mi amigo estaba absorto con las palabras de la pequeña poeta y me di cuenta que ella estaba consiguiendo al fin su objetivo. Bien por ella.

Terminada su lectura, y perdida la pudorosa actitud inicial de las damas trabajadoras de cuerpo, pero sin besos y con nada de alma; Levantaron afanosas sus vasos y ofrecieron un brindis por quién consideraban una fiel representante de su género. El público restante aplaudió entusiasmado a su vez, por el respaldo de las señoritas y pidieron a gritos al próximo lector quién ya se levantaba de su asiento entre nosotros, pero una mujer, que a esas alturas había superado la dosis de licor que la mantenía, de alguna forma tranquila; Subiose de improviso sobre la barra que estaba al fondo, detrás del pequeño escenario que habíamos montado. Intentó realizar algún extraño paso de baile y al mismo tiempo que mostraba su doble hilera de dientes en una ebria sonrisa, levanto descaradamente su falda a la altura de la cintura, dejando al descubierto unos calzones blancos, algo pequeños, que no alcanzaban a cubrir del todo sus partes mas pudientes, y en verdad que eran diminutos, cosa que llamó poderosamente la atención a los parroquianos habituales del local, que comenzaron a aplaudir en un descompasado ritmo las piruetas de la dama en cuestión. Nos miramos sorprendidos con mi amigo Dante, mientras que un murmullo de desaprobación surgió de las bocas de los conspicuos literatos.

Continuará...