domingo, 15 de agosto de 2010

DEBAJO DEL PUENTE


Soy un sobreviviente. Se lo he dicho a Paula y ella no me cree. Murmura una chuchada y corta el teléfono ahogando el ruido del tráfico de Ñuñoa. Claro que ella no me conoce. Apenas nos hemos visto algunas veces, compartido una botella de vino, un juego de cartas y esas cosas. Entonces cómo podría saber, (escribo mientras mi jefe brama por radio para que lo auxilie)
Yo soy un sobreviviente. De una u otra forma lo soy y aún sigo buscando le digo a la Paula, aunque no sé precisamente qué es. Y por supuesto que no soy el único. Podrías haberle preguntado al Santiago, pero se ahogó en Río bueno la semana pasada le cuento desvelado a las tres de la mañana. Fui a su entierro aquí en el cementerio local y me vi reflejado en decenas de otros iguales a mi. Es que la sobrevivencia se torna un ejercicio brutal en éste país de mierda, especialmente aquí en el puerto, en donde sucumbimos bajo los que la llevan, esto último entre comillas. Y se nota, era que no. Acaban de reinaugurar vía ministros de Obras Públicas y Hacienda, tipos relindos sin duda, la reparación en tiempo record del puente Lo Gallardo y no había ninguno de aquellos que trabajaron en él, salvo mi villana presencia con foto incluida y beso de una gorda algo pasada con las vainas de la recepción previa. Un miembro de la comitiva, luego de preguntarme de la posibilidad de un baño para que los ministros larguen la corta o la larga según la necesidad, me dice que es uno de los primeros puentes en arreglarse tras el terremoto. Es cierto le digo, en cierta forma siempre ha sido el primero. Me pregunta si hay buena pesca, le digo que si, que se puede encontrar de todo por ahí, hasta unos cadáveres añejos que olvidaron los milicos del Mamo Contreras en sus recodos. Es que el puente tiene que ser muy fuerte para aguantar tanto tráfico de camiones y la carga histórica que lo abruma. Valientes quienes aún transitamos por estos lados concluyo.
Los sobrevivientes por definición somos tipos sin tiempo. Despertando antes del amanecer para ganarlo, pero que igual nos falta. Para que hablar de algo de vida social. Esa interacción necesaria para oxigenar la neurona como dice my boss troglodita. El tiempo se me escurre y me da justo en las bolas el no hacer ni la mitad de las cosas que he planificado.
Ayer en la tarde, conversando con un amigo mezcla de chico pyme 2.0 y folklorista desahuciado, descubrí que siempre sería un sobreviviente. Porque para que estamos con cuentos, para dejar de serlo necesito ser “vivo” de verdad y a mi me falta para eso; O vivir de las minas, cagar a alguien como se estila o que la “fuerza” me acompañe como se dice vulgarmente. Dudo que algo de esto pueda ocurrirme. De repente si hubiera sido un tipo del alma negra estaría de lo más bien creo yo. No juntando monedas que es un ejercicio retórico permanente. Hasta mi sexo se ha aletargado ante la ordinariez del presente. La falta de cosas a ésta altura ya me provoca risas ¿Qué más puedo hacer?, ¿Qué no he repuesto los vidrios quebrados por el terremoto y que el viento en el nylon no me deja dormir?, mierda, ¿Qué el piso se hundió y el frío me cala los huesos?, mierda, mierda, ¿Qué quedé de acuerdo con ella de escaparnos a algún lugar remoto, pero que mi tío benefactor se largó a Brasil? Tres veces mierda. Ya no me resta más que reírme de mi miseria y de la de todos. También de los perros culiados que andan juntando fuerzas para aguarle la fiesta a los gentleman fascistas del gobierno. Me cago de la risa. Buena terapia si me preguntan.
De seguro que la Paula se debe estar riendo también. Comiendo galletones de chocolate tirada de guata en la cama y jugando hipnótica en su pc de bolsillo. Suerte la de ella, (aquí me pongo envidioso), la de tener una abuela que la lleve a conocer la Barceloneta. El problema es que no tengo una plaza allá en España que lleve mi apellido como tú mi querida Paula. Yo creo que ese es el verdadero problema de ser sobreviviente.