martes, 29 de diciembre de 2009

La confesión




Dime ése secreto tan escondido me dijo sonriendo, mientras su pelo ensortijado se rebelaba y tendía a cubrirle la cara.
La miré sentarse en la banca de la plaza y cruzar su pierna con ése movimiento distinguido, casi aristocrático que cautivaba mi mirada. Entonces me puse serio y con rostro apesadumbrado y culpable confesé que era casado. Y aquí fue que sus bellos ojos verdes, cuales mártires inocentes, se desbordaron en un llanto mudo, desconcertado, doloroso; Luego se puso de pié y caminó hacia el parque a nuestras espaldas para perderse por el sendero rodeado de árboles. Nunca más la volví a ver.

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