domingo, 29 de noviembre de 2009

Esperando






Las esperas en las oficinas públicas o privadas tienen una estructura parecida. No importa mucho el trámite que uno vaya a hacer, lo moderna y cómoda o anticuada e inhóspita que resulte la dependencia. En todas ellas se respira el mismo perezoso y frustrante paso de los minutos.
Tomar el número del turno del dispensador y mirar algo dubitativo en donde ubicarnos, es un acto reflejo. Observar a nuestro alrededor algún asiento, si es que hay suerte, y apurar el paso para refugiarnos en él y así salir del campo de visión de todos los que como uno esperan que los atiendan, también lo es. Luego desde nuestro sitio, convertidos en un todo con los demás, es nuestra ocasión, primero de ir observando a quienes van llegando e ir desmenuzándolos en un montón de subjetivas apreciaciones. La mayoría de las veces equivocadas, y después proseguir calificando a quienes que al igual que uno, hacen lo mismo con nosotros. El realizar éstas clasificaciones bajo el peso de los detalles es un asunto entretenido, divertido casi, si es que se cuenta con una buena imaginación y además ayuda a que transcurra el tiempo un poco más rápido. Existen una variada gama de personas, personitas y personajes que deambulan por estos sitios. Los hay jóvenes y viejos, cultos y ordinarios, petulantes y humildes, ignorantes y uno que otro experto en esto de las esperas.
Algo que es una constante, es la cantidad alarmante de llamadas sin sentido que se realizan o reciben por teléfono. Abundan frases como “si, ya llegué” o “¿dónde estás?”, especialmente ésta última que suena algo urgente por lo general, como si nos desesperara estar en un sitio así, rodeados de desconocidos y necesitáramos dejar en claro que no estamos solos y que nos necesitan. Yo creo que por eso el éxito de los celulares. La necesidad imperiosa de sentirnos ligados a alguien, a estar ubicados en cualquier contexto, a hablar y que nos escuchen en cualquier lugar en que nos encontremos. Es que la soledad toma ribetes espantosos cuando estamos rodeados de gente.
Existen además, esa clase de sujetos especialistas en conseguir que los atiendan primeros. Algo que nunca he podido hacer por una cuestión de pudor creo yo. Estos personajes que son amigos de todos o al menos lo parecen y que, generalmente, te interrumpen tus profundas meditaciones con preguntas que rayan en el surrealismo tales como: ¿Hace mucho tiempo que está esperando? o en la desfachatez de meterse en cosas que no les incumben cuando preguntan: ¿y ud. a que vino?. La mayoría de las veces sucede que estamos pensando en estas circunstancias, algo contrariados ya, cuando en un acto absolutamente anormal, el mentado individuo reconoce a alguien en la ventanilla en cuestión y se dirige a saludarlo sigilosamente, terminando atendiéndose primero que todos y dejándonos de paso, con una profunda sensación de injusticia, a la cual estamos demasiados acostumbrados, y con la mirada atenta a ver si en una de esas reconocemos a algún amigo que nos pueda salvar del calvario de la espera, cosa que casi nunca sucede por supuesto.

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