viernes, 19 de junio de 2009

Via de escape



El señor K es mi amigo y a pesar de ello, jamás nos hemos tuteado. Él dice que los amigos, los verdaderos, siempre se deberían tratar así, con respeto, que el tenernos confianza no implica la pérdida de éste, que el verdadero valor de las personas se nota en la forma que se aprecia y valora a los demás, que la forma mas fácil y educada de hacerlo es tratando de ud. En realidad esto a mi no me complica demasiado. la verdad es que me agrada bastante y le sigo el juego.
Él es un hombre serio. Asume su vida como el trabajo mas difícil que le han encomendado realizar y se nota en el tono de sus palabras graves, en su impostura, en el curvar de sus cejas y las líneas horizontales que cruzan su frente, en el movimiento corto y preciso al acercar el cigarrillo a sus labios y aspirar profundamente el humo, en la urgencia al hacerlo y el entrecerrar de ojos, que se vuelven diminutos, como si cada pitada fuera la última, sentado allí, en la última banca del paseo, a las diez de la mañana y con un montón de historias que contarme.
Él aún vive con sus padres, cosa bastante frecuente en esta ciudad, y está próximo a cumplir los cuarenta. Hace años que no trabaja y no precisamente por flojera, no bebe alcohol y rara vez tiene sexo. Fuma como condenado y apaga su sed con jugo instantáneo en polvo o si hay suerte, con una botella de agua mineral, pero la diosa fortuna, me dice, se canso de él hace bastante tiempo.
Desde hace unos años hasta ahora, ha desarrollado una pasión por todo lo que tenga origen o este relacionado con Alemania. Ha diseñado una visión alucinante de cómo son las cosas allá, de sus majestuosas ciudades, ¡esas si que lo son! me dice emocionado, de sus monumentos, de sus genios creadores, artistas, científicos, filósofos, etc. Me habla de los excelentes trabajadores que son, de la inteligencia de sus habitantes y la belleza insuperable de sus mujeres. Para él todas las alemanas son altas, fornidas, de medidas generosas, de pelo casi blanco de rubio y de mirada azul cielo; Es evidente que sus “descompensaciones”, como las llama, han moldeado imperceptiblemente su impresión de la realidad. Nada que no arregle una cápsula de Litio u otra de la variada gama de remedios que consume a diario. Esto último lo confiesa de malas ganas y me doy cuenta que el peso de esta carga es mucha para sus hombros delirantes, mucho más que de lo que a simple vista pareciera ser.
El señor K privilegia las conversaciones serias, habla y habla y yo escucho, a veces una sombra atraviesa su mirada y se queda mudo mirando hacia el mar, perdido entre las nubes y el batir constante de las olas. Luego de improviso, de nuevo se pone de pie y dice caminemos y lo hacemos, porque es mejor caminar que quedarse, mejor estar en movimiento y sentirse vivo, que si te detienes demasiado, te inmovilizan y te mueres. Me cuenta que la gente esta asustada, que se encierran en sus casas bajo cuatro llaves y que duermen con un ojo abierto, que algunos ya han comprado armas, de echo su padre compro un revolver y se pregunta para que, si apenas sabe usarlo. Me explica que con tanto automóvil inundando las calles, las personas no quieren caminar, que les asusta hacer respirar al cerebro. La gente tiene miedo de pensar porque no quiere la realidad, le da pánico darse cuenta en la tremenda mierda en que nos han enterrado, además, me insiste, hay un determinado número de personajes u entes siniestros que no quieren que la gente lo haga. Me habla de la confabulación que existe destinada a mantenernos asustados y tiesos como momias resecas, por ejemplo me indica la cantidad de letreros verdes que han inundado el litoral central cual plaga informativa, ese de la gran ola persiguiendo al hombre que corre sobre las palabras vía de escape. Es una atemorizante y burda estrategia, pero causa efecto me insiste. Me habla de los trabajos escasos que cada vez se hacen más angustiantes y esclavizados, de las mentiras, de la mierda de la televisión y las putas demasiado caras para un hombre sin nada de plata y con demasiadas ganas insatisfechas. Me comenta convencido, de la irresistible atracción que ejerce en las mujeres, de su capacidad para conquistarlas, de esa electricidad que fluye de él que las magnetiza y que las deja pendientes de cada detalle o gesto que haga hacia ellas, que se ríen coquetas y tratan de entablar amistad con él, pero que irremediablemente cada vez que conversa con alguna de ellas se siente estafado, que nunca son lo que aparentan, que buscan irremediablemente su redención personal y él no está para salvar a nadie, es más, necesita ser salvado y ahora ellas, las liberadas y poderosas mujeres, no te quieren, te necesitan para su mezquino fin y eso y otras muchas cosas lo destruyen. Por eso él sólo las deja irse, que si las quieres tienes que dejarlas ir y si no las quieres lo mismo, el caso es que siempre está soltándolas, siempre está solo.
Me ha contado de su última conquista alemana a través del Chat, del cuasi platónico amor que ella siente por él y que no lo puede evitar, pues la enamora con una amplia variedad de versos y prosa germánica que el numen de su pluma le ha enviado a través del ciberespacio, (palabras de él).
La semana pasada fui a visitarlo, lo encontré descompuesto, nervioso, me dice que ama a su fornida alemana y que se marcha, que el dinero casi lo tiene, que no puede dejar pasar mas tiempo, que su madre le dice que de que va a vivir, pero a él no le importa, que es mejor moverse que quedarse, que ella lo ayudara, su alemana; En un descuido mientras va al baño, su madre me cuenta que al parecer tiene una recaída, que esta intratable, que ya han cambiado sus medicamentos y que posiblemente haya que internarlo, me fui preocupado por mi amigo ese día.
Ayer lo encontró su padre.

Mató de un disparo en la sien derecha al maldito tirano que lo torturaba, dejó sus zapatos negros brillantes e inmaculados, con sus cordones azules sin anudar, su corbata del mismo tono con florcitas amarillas y su perfecto nudo ahorcándole el cuello. Una carta en el bolsillo izquierdo que por cuerpo solo decía “Querida Jeanny”. En su mano izquierda un fino reloj de oro indicaba la hora exacta de su muerte y en la otra el aún caliente y humeante revolver con una bala de menos.

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