martes, 16 de junio de 2009

Despedidas

Las despedidas son en su génesis un último acercamiento a aquello que nos cautiva y compromete. Siempre cuando decimos adiós a cualquier cosa por la cual sintamos afecto, estamos en el fondo afianzando aún más ése sentimiento y a la vez dejando entreabierta la posibilidad cierta del regreso. Es cierto que algunas anuncian que son para siempre, pero nunca lo son.
Existen muchos tipos de despedidas y abarcan un amplio espectro. Las hay desde la más tierna hasta la más despiadada. Las hay poéticas, históricas y hasta desesperadas. Pero sin duda cualquiera que de ellas fuere, nos provoca cierto tipo de resignación que alivia en parte el abandono. Independiente del tipo que sean o como sean. Todas ellas marcan invisibles puntos de retorno en nuestra bitácora emocional. Una suerte de prólogo a nuestro regreso. Y bien es sabido que siempre se regresa. Al hogar, al amor perdido, a la muerte esquivada, al trabajo, a la desdicha y de nuevo a la despedida. Siempre estamos de regreso y por esto las despedidas.
Por el contrario, el marcharnos sin despedirnos conlleva la despiadada indiferencia a lo que dejamos atrás. El más absoluto desprecio a lo que nos rodeaba y la seguridad plena del no regreso.
En la ola de suicidios que afectaron al pueblo costero de Tongoy,  la mayor parte de los suicidas no dejaron ninguna nota o indicio del motivo de su drástica decisión.

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