domingo, 10 de mayo de 2009

Eran otros tiempos...







El problema con éste país es que le faltan cojones me dice Rodrigo. Lo conozco desde hace un tiempo y nos vemos tarde, mal y nunca, pero cuando nos juntamos, solemos conversar por horas. Tiene una ironía muy saludable para los tiempos que corren. Rodrigo es uno de esos viejos sindicalistas que ya no tienen sindicato, porque lo jubilaron me dice. Lo mandaron para la casa a que joda a su mujer y deje de fregar tanto la cahimba que para eso sí que era bueno. Me dice que hace tiempo en este país pareciera que estuviéramos demasiado domesticados, que nos dio por confiar a la justicia los problemas laborales. La mayoría reposa largos meses allí sin llegar a ninguna solución. Lo que habría que hacer, me dice en tono bajo de secreto, es volver a las calles, pero para eso se necesita ser duro y no tan hijo de mamita como pareciera que fueran todos. Y dedicando un saludo a las madres a su manera increpa. ¡Éste país está castrado por culpa de las madres! Y él puede decirlo sin ningún remordimiento pues su madre lo abandonó en un orfanato y de ella nunca más supo. El Rodrigo era de los duros. Los verdaderos duros. Todavía tiene alguna cosilla escondida bajo el piso de su dormitorio. Recuerdo de tiempos que nunca se repetirán. Cuando era dirigente le hizo una huelga al Javier Vial recuerda. ¡Sí! El mismo que estafó al estado en miles de millones y tras un juicio de décadas salió libre de polvo y paja. Bueno, ése ya está muerto me dice casi sonriendo. Eran otros tiempos continua. Para hacer una huelga en plena dictadura había que tener agallas y un par de otras cosas, y me repite la historia, esa cuando estaban los más de 300 viejos en la puerta de la empresa acorralados por varias micros de pacos. Habían traído fuerzas de choque de Valparaíso para que ellos no impidieran el ingreso normal a la fábrica. La situación era insostenible y el gas lacrimógeno y todo el despliegue hacia estragos en los hombres. En un momento de angustia y vacilación, cuando parecía que las fuerzas se desbandaban. El Rodrigo ordenó levantar bien alto las banderas y cantar el himno nacional. Milagrosamente los ánimos subieron hasta el cielo. Hasta los pacos titubearon al escuchar semejante coro de viejos aperrados. Luego vino la escaramuza, los golpes, los heridos y los reos. Y después de nuevo a reagruparse e ir hasta el mismo retén a obligar a que soltaran a los compañeros presos. ¡Esos eran cojones! Me dice con los ojos algo brillantes producto del vino del par de botellas que le traje de regalo. Entonces pienso que es una cuestión de piel, de sangre la que le falta a éste país. Recuperar bastiones perdidos. Recuperar la dignidad. Y para que ello ocurra deben pasar muchas cosas todavía. Que haya un par de mártires ayudaría. ¿Algún voluntario?.
Quizás algo tenga que ver esto de los duros en el sorpresivo auge del candidato “díscolo” a presidente. Una suerte de nostalgia izquierdista, se que suena irracional, pero existe ese aroma de rebeldía que tanto hace falta. Después de todo por sus venas fluye la sangre de uno de los más duros, Miguel Enríquez.

No hay comentarios: